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martes, 16 abril, 2024
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LA GENERACIÓN DEL HAMBRE | Portuguesa: ser el mayor productor no lo salva del hambre

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| Foto: Hirsaid Gómez

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Los que lo ven piensan que tiene tres años, y no notan su bajo peso. Pero Pedro tiene dos años más, es decir, cinco, aunque su estatura y su masa corporal no correspondan con la de los niños de su edad. Tiene los brazos y las piernas  delgadas. Su cuerpo está así porque Pedro no consume proteínas ni nutrientes. Solo come dos veces al día, y la tercera comida llega, a veces, a su estómago, gracias a la bondad de sus vecinos del barrio La Coromoto, una zona popular del municipio Araure, en el estado Portuguesa.
Vive con su mamá, sus abuelos y su hermanita de un año. En su casa solo hay dos cuartos y es una casa de paredes frisadas y techo de acerolit. Tienen una cocina, pero no hay nevera. Su papá vive a 30 metros y la mayoría de las noches, Pedro va a dormir con él.
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| Foto: Hirsaid Gómez

Es el primer hijo de la pareja, que tiene ya un par de años separada. La diferencia de edad es marcada. La mamá: Alba, tiene 23, es bachiller y está desempleada; el papá: Ricardo, de 54, es albañil.
Pedro fue un bebé prematuro. Nació en diciembre de 2012, con peso y medida por debajo de los estándares: midió 50 centímetros y pesó 1,440 kilogramos. Su mamá tuvo desprendimiento de placenta e infecciones urinarias recurrentes. Ella apenas tenía 19 años. Ese mes, días antes, Hugo Chávez se despedía de Venezuela en Cadena Nacional, y declaraba a Nicolás Maduro como sucesor.
Pedro ha ido dos veces al nutricionista: una cuando tenía seis meses de nacido y le permitieron empezar a comer papillas. “Se veía rellenito, robusto, pero de peso estaba fallo. Llegó a cuatro kilos. Me tocó ponerlo en control en el ambulatorio de la misma zona, y la nutricionista le recomendó una dieta para hacerlo aumentar de peso, pero con la situación económica, como ni el papá ni yo trabajamos, no se le pudo hacer”.
La segunda ocasión es esta, a sus cinco años. Las franelas que usa no ocultan algunas costillas que se le pueden contar con facilidad. El esternón también se le asoma en el pecho. La imagen de Pedro es la de decenas de niños que habitan en las barriadas de Portuguesa, y cuya alimentación es escasa.
| Foto: Hirsaid Gómez

Pesa 14,700 kilogramos, pero debería estar en 17,500 kilos. Su crecimiento también está retardado. Mide 106 centímetros, 14 por debajo de la medida promedio para su edad. Es uno de esos niños que forman parte de la generación del hambre, que viven en diferentes zonas de Venezuela, y que conocimos en esta investigación de El Pitazo en alianza con CONNECTAS.
El retraso en su desarrollo es consecuencia de la malnutrición. En casa lo alimentan como pueden y no como deben, porque no tienen comida. Casi a diario, el desayuno es solo arepa con café. En ocasiones, untada con margarina, si el dinero alcanza para comprarla.
Cuando se puede, compro huevos. Pero, ninguna otra cosa puedo comprar, porque no me alcanza o porque no tengo para refrigerar. Hace tiempo se dañó la nevera y nunca pudimos arreglarla, cuenta Alba Yarima. “No sé cuánto tiempo tenemos sin comer un pedacito de pollo”.
Lo que más consumen en el almuerzo es arroz con caraotas, con lentejas o con frijoles. El menú puede variar, si encuentra pasta o comen alguna verdura cultivada en el extenso patio, donde tiene sembrados auyama, plátano, semeruco, parchita e, incluso cúrcuma, que utilizan como aditivo cuando no hay con qué acompañar el arroz.
Por las noches, a Alba le preocupa no saber qué darle de comer a su hijo. Solo puede “resolver” las dos primeras comidas. Para la cena, ya nada alcanza.
Mi hijo me dice: ‘Mami, tengo hambre’, y realmente no tengo para darle. Me parte el corazón. Lo que yo le respondo es ‘Papi, lo siento. Ahorita no hay nada’, y le pido tiempo para resolver y buscar qué darle. Como madre me siento mal. Yo quisiera tener para darle lo mejor a mis hijos. Mis padres siempre hicieron su mejor esfuerzo por mí, pero era otra época”.
La solidaridad de los vecinos, muchas noches, le ha permitido a Pedro y al resto de la familia no acostarse con el estómago vacío. “Busco la manera de conseguir prestada harina para hacerle arepa. Algún vecino me ayuda, o su madrina”.
Tiene débil el sistema inmune, pero no deja de soñar. Dice que de grande quiere ser astronauta y cuando entra en contacto con una cámara afirma: “Yo quiero, de grande, tomar fotos y grabar”.
| Foto: Hirsaid Gómez

Ninguno se escapa

El hambre es una condición que no solo se ve en el niño. Los abuelos, la mamá y la hermanita de Pedro tienen el mismo cuadro. Están delgados.
En la familia de Pedro, solo su papá tiene trabajos temporales. Los demás pertenecen al Consejo Comunal de su barrio y no reciben pago, sino bonos esporádicos de los que entrega el carnet de la patria, un documento de identidad instaurado por Maduro en enero de 2017, que con un código QR identifica a los ciudadanos que reciben algún tipo de ayuda social del Gobierno, y le permite al Estado conocer el estatus socioeconómico de su titular. Sin carnet, no hay bonos.
La alimentación de la casa depende también de que el Estado entregue, a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap), comida a “bajos costos”, como dice la mamá de Pedro, pero que llegan cada mes y medio, en el mejor de los casos.

| Foto: Hirsaid Gómez

.Menos comida, más enfermedades

En Portuguesa no hay una cifra oficial que muestre la dimensión de los casos de desnutrición o pobreza, aunque sea un tema recurrente. Esta tierra es privilegiada si se compara con otras, y se debe a que es el primer productor de cereales del país: maíz y arroz, caña de azúcar y frijol, y el segundo de café.
Habitantes de regiones cercanas viajan hasta Portuguesa para comprar arroz, harina, azúcar, pasta, margarina y aceite.
Según datos de la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios de Venezuela (Fedeagro), aportados por su expresidente, Antonio Pestana, Portuguesa produce 70 por ciento del arroz que se siembra en todo el territorio nacional. Sin embargo, la producción de este rubro, al igual que la de todos los que por siglos se sembraron en Venezuela, ha caído, en el caso del arroz 68 por ciento, de acuerdo con una medición que se hizo entre 2008 y 2017.
Cayó la producción de alimentos y llegó el hambre. Para saciarla, muchas familias recurren al consumo en exceso de tubérculos, como la yuca. Pero, aunque eso les llene el estómago, no es saludable.
Los síntomas de desnutrición y malnutrición de Pedro y su familia son lugar común entre niños en edad escolar y preescolar de esta zona del país. También les sucede a las adolescentes embarazadas. No es el único riesgo que afrontan los habitantes de este estado: la falta de consumo de yodo está haciendo estragos. En las zonas altas de la entidad han incrementado los casos de bocio, una enfermedad tiroidea que estaba erradicada en el país desde hace más de 30 años y que reapareció sin que las autoridades tomen medidas al respecto.

| Foto: Hirsaid Gómez

Hasta diciembre de 2016, la Dirección Regional de Salud dio reportes de este brote. En esa oportunidad, esta dependencia detalló que se contabilizaban cerca de mil casos de bocio: una especie de bulto que iba creciendo en el cuello de niños y adultos. La mayoría de los diagnósticos eran de habitantes del municipio Guanare, capital del estado Portuguesa, y los municipios Sucre y José Vicente de Unda, aledaños a esta. En 2017, la patología reapareció también en parte del municipio Ospino.
El endocrinólogo e internista Gerardo Rojas, actual presidente de la Sociedad Venezolana de Endocrinología, capítulo centro-occidental, advierte que lo que se está presentando en esta zona es un bocio endémico, y es catalogado así porque la proliferación se da en una región en específico y de manera súbita. Precisa que, desde el último reporte de la Dirección Regional de Salud, y hasta la fecha, la cifra asciende a tres mil casos y ya llega a otros municipios del estado.
En niños, la carencia de yodo, evidenciada por la reaparición del bocio, puede causar lesiones cerebrales y la alteración del desarrollo cognitivo y motor. Otra de las consecuencias irreparables del hambre.
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LEA EL ESPECIAL COMPLETO

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En cumplimiento con la legislación venezolana, fueron cambiados todos los nombres de los niños y familiares contenidos en el material periodístico publicado en El Pitazo, con el objetivo de proteger su integridad

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