A pesar de que el gobierno libanés ha conseguido finalmente aprobar los presupuestos generales, con importantes recortes y sin nuevas cargas para los ciudadanos, las protestas en las calles del país han continuado por quinto día consecutivo para exigir la marcha de todos los dirigentes.
Bajo el lema Todos ellos significa todos ellos, los manifestantes volvieron a congregarse este lunes en la plaza Riad al Sohl, junto a la mezquita Azul, donde el ambiente festivo de los últimos días se tornó furioso tras la comparecencia del primer ministro Saad Hariri.
En una rueda de prensa retransmitida por televisión, Hariri anunció que el gabinete había finalmente acordado este lunes los presupuestos generales para 2020 con un 0,6 % de déficit y que para reducir el déficit se gravarán más las ganancias de los bancos, pero no se aplicarán nuevos impuestos.
Precisamente, las protestas que dieron comienzo el jueves se desataron por la aprobación de una tasa sobre las llamadas de voz por aplicaciones de mensajería en internet como Whatsapp.
El Ejecutivo también ha bajado el sueldo en un 50 % a todos los ministros, diputados y otros altos cargos actuales y anteriores, además de eliminar el Ministerio de Información y otros organismos que Hariri consideró «no necesarios» y que pesan sobre las arcas del Estado.
El primer ministro anunció que se elaborarán nuevas leyes antes del final del año para «recuperar los fondos saqueados del Líbano» y «establecer una autoridad para luchar contra la corrupción», uno de los principales motivos que ha llevado a los libaneses a las calles en los pasados días.
También la mala gestión de los recursos y servicios públicos, en un país que 29 años después del término de la guerra (1975-1990) no ha conseguido ofrecer a sus ciudadanos el suministro de agua y luz sin cortes.
Por ello, Hariri prometió reducir la escasez de electricidad aumentando el presupuesto dedicado a este sector.
«Voy a continuar manifestándome porque estoy cansada de las mentiras de los dirigentes que están en el poder, algunos desde hace más de 30 años y son incapaces de darnos lo mínimo como electricidad, agua y medicinas», dijo a Efe Renée Kadura, una ama de casa.
Por su parte, Johnny Zouein, un diseñador de moda de 30 años desempleado desde hace cinco, aseguró que ha perdido la confianza en todos: «Lo único que han hecho es enriquecerse, poner impuestos a los trabajadores mientras que ellos llevan una vida de pacha».
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Después del anochecer, más personas acudieron a la plaza epicentro de las protestas en la capital libanesa, que vive su Primavera Árabe en la que los manifestantes piden «la caída del régimen», el lema que se ha convertido en el grito de batalla de los pueblos árabes contra dirigentes ineficientes, corruptos y autoritarios.
En el caso del Líbano, que no tuvo su revolución popular en 2011, estas son las protestas más grandes que se recuerdan desde 2005, cuando vivió la llamada «revolución del cedro», tras el asesinato del exprimer ministro y padre del actual jefe de Gobierno, Rafik Hariri, supuestamente, a manos de prosirios.
En esta ocasión, los manifestantes se muestran unidos bajo la bandera libanesa y en contra de todas esas facciones y sus líderes, que se vienen perpetuando en el poder en las pasadas décadas.
Ante la respuesta negativa de la calle a las reformas de Hariri, la Asociación de Bancos ha mantenido el cierre de todos los establecimientos, clausurados desde el viernes, mientras que el ministro de Educación, Akram Cheaybe, dejó en manos de los centros escolares la decisión de reabrir sus puertas mañana.
«Debido a la continuación de los movimientos populares insto a los directores de colegios, liceos, institutos y universidades a evaluar la situación y abrir sus establecimientos cuando sea posible», afirmó en un comunicado, pero los colegios cristianos católicos y ortodoxos ya han anunciado que permanecerán cerrados.