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Desde la admisión de los primeros casos de COVID-19, el Gobierno de Nicolás Maduro ha exhibido un manejo improvisado de la emergencia sanitaria. Alcabalas cada 5 kilómetros, remedios mágicos una vez por mes, cierre de calles poco transitadas, uso de moteles sin ventilación como centros de aislamiento y un confinamiento intermitente, han sido algunas de las medidas implementadas desde el 13 de marzo de 2020.
Las consecuencias de estas decisiones se han reflejado en las cifras, pese a la hermética centralización de la detección y el control premeditado de la información. Las estadísticas de la evolución de la pandemia en Venezuela muestran un patrón de inconsistencias, omisiones y gazapos, en los que voceros de Maduro han incurrido para manipular el relato de la contingencia. Así lo describió Carlos Walter, director del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes) de la Universidad Central de Venezuela.
En 17 estados de Venezuela las cifras COVID-19 difieren del registro nacional
El exministro de Sanidad, enfatizó que las fallas en el reporte nacional de la pandemia son de origen. Pues, desde el principio el Estado suplantó la formalidad de un boletín epidemiológico por unas comparecencias orales o vía redes sociales, asumidas por funcionarios sin experiencia en abordaje de epidemias.
Maduro y sus asesores prescindieron incluso del protocolo internacional y se inventaron clasificaciones que solo parecían estar orientadas a mostrar la imagen de un Gobierno en control de la situación. Un error de forma y de fondo, desde su perspectiva. Es por esto que el balance aportado hasta la fecha no permite conocer con exactitud el avance de la enfermedad o la magnitud de efectos en la población. El Pitazo preparó una serie de infografías que exponen las incontables inexactitudes divulgadas en los informes estatales.
Para Walter, las presuntas manipulaciones se evidencian en la progresión de datos proporcionados por la Comisión Presidencial para la Atención, Prevención y Control del Coronavirus. Entre las incoherencias numéricas, el investigador destacó el alza súbita de contagios, sucedida de caídas de más de la mitad de los casos en poco más de una semana.
Uno de los ejemplos más emblemáticos de este fenómeno ocurrió durante el pico más alto de diseminación de la enfermedad. El 13 de agosto de 2020, la vicepresidenta de la República, Delcy Rodríguez, confirmó 1.281 nuevos casos de COVID-19, apenas diez días después, el domingo 23 de agosto de 2020, Rodríguez volvió a asumir la vocería oficial, para admitir 607 nuevos contagios. Un descenso de 53%. Inédito incluso en países que han enfrentado hasta dos olas de transmisión de la afección viral.
El recuento de muertes también ha sido cuestionado por el Cendes, que mantiene una vigilancia de la información gubernamental suministrada, a través de la iniciativa “CENDES-COVID19: Una ventana a la pandemia”. Desde mediados de octubre las tasas de letalidad mantienen una invariabilidad mensual. En octubre el promedio mensual fue de 6 decesos; índice que bajó 4 fallecidos en noviembre y repuntó a 5 fallecidos en diciembre.
En cuanto a la relación de recuperados, la discordancia es mundial. Venezuela presenta una tasa de recuperación única en el mundo de 94% desde el 11 de agosto de 2020. Entonces, las autoridades certificaron 1.138 personas infectadas y 2.776 recuperadas en 24 horas. Es decir, hubo más dados de alta que ingresados.
Una diferencia de 144%. Mientras, en el mundo el índice de recuperados en los 192 países en los que está activa la epidemia promedia 56%, de acuerdo con el registro de la Organización Mundial de la Salud hasta este 13 de marzo de 2021. De esta forma, Maduro presenta la gestión de la epidemia como un logro, sin darse cuenta de que las cifras delatan lo contrario.
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