Manuel Manjarrés tiene 35 años trabajando como sepulturero en el Cementerio Municipal de San Cristóbal, estado Táchira. Nunca se imaginó vivir una pandemia y menos tener que sepultar a quienes fallecen por ella. Aunque le dio COVID-19 a finales de 2020, salió bien librado. Está seguro de que lo protegen las oraciones a las ánimas del purgatorio y a la sangre de Cristo.
Aunque tiene desde los 16 años de edad laborando como sepulturero y pocas situaciones lo hacen llorar, el 31 de diciembre de 2020 fue uno de los días en que sintió mayor temor, pues sepultó a 5 personas. Lo recuerda como uno de esos días en que la vulnerabilidad del ser humano queda muy expuesta y sobre todo ante el COVID-19.
Siente que corre más riesgo cuando los difuntos por COVID-19 llegan sólo en bolsas protectoras, sin ataúd, debido a que sus familiares son de bajos recursos. En 13 meses de pandemia ha sepultado así a 8 personas. “Ahí sí casi que corremos cargando al muerto porque, ¿se imagina que se rompa la bolsa? Ahí sí que estamos perdidos. Hacemos todo lo más rápido que podemos hasta llegar al hueco”, cuenta.
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