Un vigilante se pasea sin camisa de un lado a otro en el interior de una lujosa y moderna edificación en la que no vive nadie. En el corazón privilegiado de Caracas, es una excepción levantada en medio de la profunda depresión del sector de la construcción en Venezuela.
A unas escasas cuadras de ese inmueble, en el acomodado barrio de La Castellana, hay otro. También lujoso, también vacío.
Es de lo poco que se ha construido en los últimos años en Venezuela, un país con una «economía postrada», que vive en recesión desde 2014 y «sin esperanza a corto y mediano plazo», según la firma Econométrica.
Reducida al 1 %, según la Cámara de Construcción, el sector pasa por su peor momento.
«Como sector casi desaparecemos», lamentó el presidente de la Cámara de Construcción, Enrique Madureri, durante una entrevista con Efe, en la que especificó que, dentro de ese 1 %, se incluyen, mayoritariamente, remodelaciones y algunos edificios de los proyectos de vivienda social del Gobierno.
La industria está en un estado «dramático», con una «caída del PIB de la construcción del 99 % con respecto a 2012», subrayó Madureri.
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A esa situación contribuyen los «problemas de financiamiento», la «falta de inversión por parte del Estado por la caída de los ingresos petroleros del país» y «también la falta de insumos, y la inflación».
«Es demasiado complicado tener una construcción en proceso», describe el ingeniero, que también culpa a las restricciones por la pandemia, al cierre de vuelos nacionales y a la escasez de combustible.
«Desempleo no, trabajo sí» o «los trabajadores de la construcción queremos trabajar», se leía en las pancartas que portaban obreros que protestaron recientemente en el centro de Caracas por reivindicaciones.
Madureri tiene claro que «se han perdido muchísimos empleos» en el sector y relata que, en los últimos nueve años, de 1,3 millones de trabajos directos de la construcción se ha pasado a unos 20.000 en este momento.
Incluso, «van más de 10 o 12 años que no se construye nada para la clase media», dijo por su parte el presidente de la Cámara Inmobiliaria, Francisco López.
«Lo poquito que se ha construido es para un ‘target’ (objetivo) alto», comentó López al considerar que «quien construye para clase alta, saca su cuenta y lo vende, si no, no construiría más».
Y esos edificios lujosos, sostiene, no suponen «un número importante para el mercado».
Henkel García, director de la firma Econométrica, señaló que «queda la duda de dónde viene ese capital de inversión» con el que se levantan los edificios de lujo, cuando Venezuela atraviesa la peor crisis de su historia, con recesión, hiperinflación y un poder adquisitivo fulminado que hace imposible para la mayoría de los venezolanos pensar en comprar cualquier inmueble.
Pero el experto aseguró que «no todos son ilícitos, no todo es lavado como mucha gente dice. Hay de todo, hay gente arriesgada que ve ciertas oportunidades y se anima a construir».
Madureri es tajante sobre rumores de lavado de dinero en obras: «no, no hemos recibido denuncias, nosotros tenemos acuerdos de transparencia que respetamos y seguimos».
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Cuando arrancó la cuarentena en Venezuela, Erasquel Casique llevaba pocos días trabajando en una franquicia de ventas y alquileres de inmuebles.
Unas semanas después ya había vendido su primer apartamento y hoy su balance es positivo.
En su caso, son «más transacciones de compra-venta que de alquileres», pero asegura que el porcentaje de personas que buscan propiedades completamente nuevas «es muy pequeño» con relación al mercado secundario.
Según fuentes del sector, el promedio de inmuebles en ese mercado se negocian en Venezuela entre 70.000 y 180.000 dólares.
Un apartamento para estrenar, en un edificio lujoso como el que vigilaba aquel hombre sin camisa, puede superar, y por mucho, los 400.000 dólares.
La Cámara Inmobiliaria de Venezuela estima que la actividad económica del sector ha crecido un 25 %, pero contrario a las cifras de Casique, dice que 75 % del movimiento corresponde a alquileres.
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En un país sin financiamiento o créditos bancarios, ¿quién compra?
Según el presidente de la Cámara Inmobiliaria, «no hay un perfil definido del comprador», por lo que concluye que «lo que no es verdad es lo que se imagina la gente, que todos son los mal llamados enchufados», como normalmente se llama en Venezuela a personas que se enriquecen de negocios vinculados con corrupción o el Gobierno.
«Hay personas que tienen apartamentos grandes y se quieren mudar a apartamentos chiquitos (…) hay gente que le ha ido bien y tiene su negocio y ha progresado«, agrega.
También -prosigue- hay potenciales clientes que «están apostando a que eventualmente las cosas van a mejorar y van a poder vender esos inmuebles a un precio muchísimo mayor o alquilar», coincide Henkel García.
Casique destaca que, en efecto, todas «las operaciones son netamente» pagadas al contado.
«Al final es: ‘nos vemos en el registro, me entregas un cheque y yo te entrego las llaves'», concluye.
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