Madrid.- A la avanzada edad de 2 años y nueve meses, un 26 de octubre, hace 10 años, falleció por causas naturales en el acuario Sea Life de Oberhausen, en Alemania, el pulpo Paul, el cefalópodo más célebre de la historia, que con sus certeros pronósticos acompañó a España en su camino hacia la gloria en el Mundial de fútbol Sudáfrica 2010.
El día anterior, un lunes, los cuidadores del vivero alemán no apreciaron ninguna alteración en su estado de salud que permitiera predecir un inminente fatal desenlace, pero el martes por la mañana Paul fue hallado muerto en su vitrina.
Un escueto comunicado publicado en el sitio web de Sea Life daba cuenta de la infausta noticia: «Murió pacíficamente durante la noche por causas naturales. Nos consuela saber que disfrutó de una buena vida aquí».
El apellido científico de su especie (octopus vulgaris) no hace honor a un pulpo excepcional. Los aficionados más jóvenes jamás podrán hacerse a la idea del revuelo mediático que en aquel Mundial causó este singular oráculo, que compitió en pie de igualdad con Andrés Iniesta o Sergio Ramos en el campeonato de la popularidad.
De 700 gramos de peso, Paul tuvo la fortuna de no acabar, como millones de sus compañeros, troceado en una ración de «pulpo a feira», pero se ganó el indulto a pulso al clavar los ocho pronósticos sobre el desenlace de partidos decisivos del Mundial sudafricano que le plantearon los responsables del acuario.
Su residencia alemana no le arredró cuando, puesto ante el disparadero de elegir un ganador en el partido de semifinales Alemania-España, optó por el equipo de Vicente del Bosque, que, en efecto, se llevó el lance, y prefirió también a La Roja cuando se le inquirió por la final contra Holanda. España ganó los dos partidos por el mismo resultado de 1-0.
El método ideado por sus cuidadores para sonsacar a tan certero arúspice era bien simple: se le ofrecían, en recipientes separados de metacrilato, dos cebos de mejillón, cada uno señalado con la bandera de uno de los equipos contendientes. El molusco devorado y su banderola presagiaban el ganador del encuentro.
Su popularidad se disparó hasta adquirir ribetes de pandemia: más de medio millar de cadenas de televisión de todo el mundo ofrecieron los vídeos de Paul, y la CNN llegó a interrumpir sus transmisiones para ofrecer en directo imágenes del pulpo en plena faena adivinatoria.
También la red de redes se encargó de propagar hasta el último rincón del planeta los aciertos del pulpo, que superó en noticias en internet a los grandes jugadores del Mundial sudafricano y cerró el 2010 como uno de los 10 temas más comentados del año en Twitter.
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Nacido el 26 de enero de 2008 en Weymouth (Reino Unido) y fallecido el 26 de octubre de 2010 en Oberhausen, llegó a protagonizar la película «Kill octopus Paul (matar al pulpo Paul) firmada por la directora china Jiang Xiao, en la que relataba una delirante conspiración llevada a cabo por los alemanes «para engañar a todo el mundo» -son sus palabras- durante el Mundial de Sudáfrica.
Sus vecinos humanos de Oberhausen erigieron en su honor, junto al acuario, un monumento de más de dos metros de altura que le representa abrazando un balón de fútbol, y al lado de la estatua una exposición con recortes de prensa sobre aquel fenómeno mediático.
Inglaterra, al fin y al cabo su país de nacimiento, intentó sacar partido publicitario de la enorme polvareda levantada por el eximio octópodo y lo nombró embajador de su candidatura al Mundial 2018. Sin mucho éxito, eso sí, pues el torneo fue a parar a Rusia.
Galicia, la meca culinaria del pulpo, tampoco permaneció ajena a los acontecimientos. El pueblo orensano de O Carballiño, de obligada visita en su Fiesta del Pulpo, se apresuró a nombrarlo «Amigo Predilecto de la Villa» y se ofreció para acoger en su Museo del Pulpo los restos mortales del inmortal cefalópodo.
Sus ocho brazos fueron inmortalizados en todo el mundo mediante propuestas a cual más imaginativas: las Fallas de Valencia, el carnaval de Paraguay o un belén navideño en Tegucigalpa, y se convirtió en producto estrella de la mercadotecnia. Su efigie fue estampada en una gama variada de artículos, desde camisetas hasta ratones de ordenador.
Paul fue una mina de oro para los periodistas, que lo exprimieron hasta la última gota de su tinta durante el primer Mundial africano. El animal, exhausto por la continua brega adivinatoria, apenas sobrevivió tres meses a su explosión de notoriedad, pero, como remata Jorge Manrique sus Coplas, «aunque la vida perdió, dejonos harto consuelo su memoria».
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