Durante la cuarentena las personas tienen mucho tiempo libre, pero se ven agobiados por no poder salir y vivir su cotidianidad, asistir al trabajo o porque sus hijos no pueden ir al colegio. De igual modo, se preocupan por conseguir aquellos productos o artículos indispensables para la cotidianidad y lo necesario para estar desinfectados debido al acecho del COVID-19. Sin embargo, en el pasado muchos artistas y científicos lograron hacer obras o descubrimientos durante una cuarentena.
Isaac Newton, por ejemplo, durante su aislamiento por la peste en 1665, descubrió la idea clave para la teoría de la gravedad, escribió los documentos que serían la base del cálculo y desarrolló sus teorías sobre óptica mientras jugaba con prismas en su habitación.
William Shakespeare, Edvard Munch y Giovanni Boccaccio fueron tres artistas que durante cada una de sus experiencias de cuarentena aprovecharon el tiempo y le sacaron provecho a cada uno de sus respectivos talentos. A continuación te contamos un poco de la experiencia de cada uno:
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La vida de Shakespeare estuvo marcada por la peste. Su vida comenzó en el apogeo del primer gran brote isabelino en 1563-1564, cuando la enfermedad acabó con una cuarta parte de la población de Stratford-upon-Avon, su lugar de nacimiento.
En febrero de 1564, probablemente por primera vez en la historia de Inglaterra fueron prohibidas las representaciones de obras de teatro debido a la epidemia. Londres, la ciudad a la que Shakespeare se mudó en la década de 1580, fue arrasada repetidamente por brotes de pestilencia, y las normas dictaban que cuando las muertes llegaran a 30 por semana, las funciones de teatro cesaban.
El brote de 1603 fue el más grave en Inglaterra desde la Peste Negra del siglo XIV. A Shakespeare, quien para entonces ya era un actor profesional, dramaturgo y accionista de una empresa teatral, le quedaba, como a todos sus colegas, poca opción más que salir de gira para recorrer las provincias, tratando de llegar antes que la plaga a lugares donde se pudieran presentar.
No sorprende que en las obras que escribió después de ese terrible brote, las metáforas de la enfermedad abunden. Según algunos expertos, Shakespeare también tuvo tiempo de escribir una de sus más potentes y emocionalmente intensas obras: la historia de un general escocés al que unas brujas le dicen que va a ser rey y mata para hacer realidad ese vaticinio.
Él es Macbeth, pero quien ha sido recordada por muchos en estos tiempos de coronavirus es su esposa, Lady Macbeth, por aquello de que se lavaba las manos constantemente, aunque ella lo hacía para tratar de limpiar su conciencia por su participación en el asesinato del rey Duncan.
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Al final de la Primera Guerra Mundial, 20 millones de personas habían muerto, pero pronto un nuevo horror empezó a arrasar: un virus aterrador que mataría entre 50 y 100 millones de personas: la pandemia de gripe de 1918, también conocida como la gripe española.
En Viena, Austria, un acongojado artista llamado Egon Schiele pintó a una de esas víctimas en su lecho de muerte: su ídolo, mentor y amigo Gustav Klimt, el pintor simbolista y líder del movimiento modernista de la secesión vienesa.
Ese mismo año, por la pandemia, Schiele perdió también a su esposa Edith, que estaba embarazada de su primer hijo. Aunque desesperadamente enfermo y afligido, Schiele trabajó en una pintura que representaba a una familia que nunca llegaría a existir: la suya. Su obra La familia, que no pudo terminar, pues murió a los 28 años, pocos días después de su esposa, es considerada por muchos como un conmovedor testimonio de la crueldad de la enfermedad.
Así como en Austria, en otras partes del mundo grandes artistas, músicos y escritores murieron, algo de lo que el noruego Edvard Munch no solo fue testigo. Munch, quien es mayormente conocido por su icónica obra El grito, contrajo la enfermedad a principios de 1919.
Tan pronto como se sintió físicamente capaz, tomó sus pinceles y pinturas y comenzó a capturar su estado físico. Su Autorretrato con gripe española lo muestra con la cara demacrada sentado frente a su cama de enfermo sin hacer. Envuelto en una bata y una manta, rodeado de tonalidades de un amarillo enfermizo, ilustra una sensación de aislamiento en esa lucha personal, mientras su boca abierta le da un aspecto cadavérico.
Más tarde ese año pintó una secuela, Autorretrato después de la gripe española, en la que, atormentado y ojeroso, se asoma desde el cuadro como mostrando lo que es ser víctima del virus asesino. Afortunadamente, Munch no fue una de las víctimas mortales de la virulenta gripe española: sobrevivió y continuó creando grandes obras de arte.
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En 1348, la Peste Negra, la epidemia más devastadora de la historia europea, se extendió por todo el continente. «Cuando todas las tumbas estuvieron llenas, se cavaron enormes fosas en los cementerios de las iglesias, en las que cientos de recién llegados fueron colocados capa por capa como mercancías en barcos, cada uno cubierto con un poco de tierra, hasta que se llegaba a ras de suelo», escribió un florentino, que perdió a su padre y a su madrastra.
Aquel era el poeta y escritor Giovanni Boccaccio, quien sobrevivió refugiándose en la campiña toscana, donde escribió una obra en la que contó «cien novelas, o fábulas o parábolas o historias, como las queramos llamar», ficticiamente narradas por «siete mujeres y tres jóvenes, en los pestilentes tiempos de la pasada mortandad».
Con información de BBC Mundo
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