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miércoles, 8 mayo, 2024
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Pemón y Baré: la representación indígena en la orquesta más grande del mundo

Este 13 de noviembre 2021, 12.000 músicos de El Sistema Nacional de Orquestas optarán al récord Guinness e intentarán que la hazaña sea registrada en la historia como la orquesta más grande del mundo

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-“Silencio. Concentración. La orquesta más grande del mundo puede hacer silencio”.

Así, a través de los cientos de cornetas instaladas, el director Andrés Ascanio Abreu comanda a la gigante orquesta, como si fuese un mariscal de campo alentando a su ejército justo antes de entrar en combate.

Y es que los 12.000 músicos se preparan para, quizás, el mayor reto de sus vidas: arrebatarle el récord Guinness a Rusia y certificarse como la orquesta más numerosa vista -y escuchada- por el hombre.

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El sábado 13 de noviembre, Ascanio Abreu será el encargado de conducir al Sistema de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles de Venezuela -conocido sencillamente como El Sistema- con la Marcha eslava, una composición de Piotr Ilich Chaikovski que forma parte del repertorio “básico” en cada núcleo del país.

Para Guinness solo compiten cinco minutos de los casi 12 que tiene la Marcha eslava. A Ascanio Abreu le acompañan otros jóvenes directores como Enluis Montes Olivar (Portuguesa), Diego Luzardo (Miranda), Urielis Arroyo (Aragua), María Gabriela Hernández (Zulia) y Naileth Castro (Amazonas).

Quien dice que la imaginación no tiene límites, es porque nunca ha hecho el ejercicio mental de imaginarse el Patio de Honor de la Academia Militar -lugar del encuentro- ocupado en su totalidad por una cuadrícula de músicos sentados, disciplinados, enfocados. Entre ellos, niños y jóvenes indígenas, procedentes de los estados más alejados de Venezuela y que, luchando contra la inestabilidad de la conexión celular y de Internet, labraron su puesto de honor en esta orquesta, que es multitudinaria sin dejar de ser selecta.

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Foto: Ronald Peña

El Salto Ángel y sus enviados

Lo primero que Novelia Campos (coordinadora del núcleo Canaima de El Sistema) le dijo a sus alumnos, fue que no olvidasen su botella de agua. Fieles a su tradición de muchachos, fue lo primero que olvidaron.

Con un clima de 29° grados, el sol brillaba inclemente sobre los músicos, que usaban sombreros tejidos al estilo llanero, wayúu, gorras y hasta pañoletas para protegerse del calor en medio del ensayo general, que comenzó cerca de las 2:00 pm.

De los 176 niños y jóvenes que se forman actualmente en el núcleo Canaima, fueron 19 los seleccionados. “Las pruebas fueron duras. Se pusieron nerviosos, pero superaron el miedo y aprobaron”, cuenta Novelia visiblemente orgullosa de esos niños que ella trata como si se tratara de sus propios hijos.

Fueron tres horas de ensayo, todos los días después del colegio. “Primero la educación, después la música”, dice Novelia como una máxima de El Sistema. Para seleccionar a los niños, se tomó en cuenta también el alto rendimiento en la escuela; solo aquellos con el mejor puntaje en ambos eran aprobados. Una vez seleccionados, se procedió a hablar con la zona educativa de Canaima, ya que los niños se encuentran en época de las características evaluaciones de final de lapso.

Novelia llegó como representante a El Sistema. Es madre de un niño de seis años que estudia cuatro, un joven de 12 en trompeta y la mayor de 20 en percusión. Ninguno de ellos calificó para asistir al encuentro en Caracas. “Venir con estos niños es un orgullo. Que haya representación indígena de los pemón kamarakoto es un orgullo”, afirma.

Foto: Ronald Peña

Los ancestros baré de Naileth Castro

Antes de la pandemia (y de la escasez de gasolina que ocurrió después), Naileth Castro se metía en una embarcación y llevaba instrumentos de alma llanera (cuatro, maracas, mandolina, entre otros) a cada uno de los siete municipios del estado Amazonas, solo accesibles por vía fluvial.

Naileth nació con el milenio. Con 21 años cumplidos en mayo, es directora del núcleo Amazonas y también violinista y directora de orquesta. Bajo su batuta, los 12.000 músicos que sueñan con inscribirse en la historia como la orquesta más grande del mundo interpretarán Venezuela, compuesta por los españoles Pablo Herrero Ibarz y José Luis Amenteros Sánchez.

Por primera vez en la vida, los músicos no harán caso del sonido. No es conveniente, ya que los altavoces suelen crear una distorsión sónica conocida como “retorno”, causada por el rebote de las ondas sonoras. En vez de eso, seguirán la batuta de los directores -y la de Naileth- a través de los 10 monitores en altísima resolución instalados de manera estratégica al frente de la orquesta.

En los ojos de Naileth aún brilla el candor de la infancia. Su primera reacción al enterarse de que iba a participar en el intento para optar al récord Guinness fue saltar. Su cabello es rizado y brillante, de negro azabache. Los rizos y la dirección orquestal son una combinación ganadora. Originaria de Amazonas, su familia es descendiente de la etnia baré, tradicional del noreste del estado.

“Amazonas es un estado difícil”, confiesa la directora. “Geográficamente hablando, es el estado más alejado de la capital, donde se concentra todo y donde se realizan encuentros formativos con músicos internacionales”. Aunado a esto, la precariedad de los servicios básicos y la intermitencia de la señal de internet en una era de formación virtual ha hecho que la labor de Naileth, como músico y coordinadora, sea particularmente ruda.

Pero lo ha conseguido, y su presencia en Caracas como directora es la prueba. “Estas oportunidades son el resultado del esfuerzo que le he puesto a la dirección en Amazonas”, afirma. También sueña con llenar de núcleos todos los municipios del estado que representa.

¿Qué le espera a Naileth después de este concierto? Ella no lo sabe aún. Y prefiere no saberlo tampoco. “Estoy concentrada en vivir este momento y disfrutarlo mucho. Lo que sea que Dios tenga para mí después de esto, lo recibiré muy honrada y agradecida”. Se despide con humildad, y sube a la tarima donde 12.000 pares de ojos hacen música a partir de las florituras que ella dibuja en el aire.

Por una tarde, el Patio de Honor de la Academia Militar dejó de sonar a fusiles, botas y uniformes. Por una tarde, el sonido que lo habitó fue el de la esperanza de doce mil personas, ejecutando el mandato del fallecido José Antonio Abreu: tocar, cantar y luchar.

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