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miércoles, 8 mayo, 2024
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Cambio de nombres se ha convertido en política del gobierno desde 2000

La sustitución del letrero de Francisco Fajardo en la autopista por el del cacique Guaicaipuro se suma a la lista de entidades gubernamentales y sitios públicos cuyo nombre fue cambiado para honrar a los íconos de la revolución bolivariana

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El 12 de octubre del año pasado, el gobernante Nicolás Maduro tomó la decisión de rebautizar la autopista Francisco Fajardo como “Gran Cacique Guaicaipuro”, siguiendo un “proceso” de “descolonización de los espacios públicos del país”.

Así, la principal arteria vial de la ciudad capital sigue los pasos del estado La Guaira (anteriormente estado Vargas), el parque nacional Waraira Repano (o El Ávila) o incluso el hotel Caracas Hilton, donde funciona actualmente el hotel Alba Caracas.

En varias oportunidades, los voceros del gobierno se han referido a estos cambios de nombres como un esfuerzo por reivindicar y “descolonizar” los símbolos de nuestra identidad nacional. Surge, entonces, la pregunta: ¿se trata en verdad de un cambio de nombres para honrar nuestras raíces autóctonas, o de una meta ideológica a largo plazo?

La resistencia de la memoria

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Muy pocas veces, los ciudadanos de mayor edad reconocen los nombres impuestos por el gobierno, sin distinción política. Para muestra un botón: el Parque del Este fue bautizado, para el momento de su inauguración en 1961, como “Parque Rómulo Gallegos”. En 1983 su nombre fue cambiado a “Parque Rómulo Betancourt” hasta que Hugo Chávez, en 2002, decidió volver a nombrarlo como el “Parque Generalísimo Francisco de Miranda”.

Para Cheo Caravajal, cronista y creador de la iniciativa @caracasapie, el empeño del gobierno por cambiar símbolos y nombres de lugares públicos tiene que ver más con la construcción de un imaginario, que la reivindicación de los personajes históricos.

“Los habitantes, sobre todo los que tienen más edad, seguirán llamando el estado por el nombre con el que tradicionalmente conocen. Si siempre dijiste: ‘yo nací en La Guaira, estado Vargas’, es difícil que cambies a: ‘yo nací en La Guaira, estado La Guaira’. En todo caso estos cambios trabajan en la construcción de nuevos imaginarios a mediano y largo plazo, en los más jóvenes y en los niños”, comenta.

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Sin embargo, Carvajal señala que, a efectos prácticos, estos cambios suelen generar una gran confusión porque los nombres no terminan de ser sustituidos en el imaginario colectivo, y suelen solaparse con la nomenclatura que señala vías, parques y espacios. “Mucho de lo que nos vende la revolución es eso: cambios de nombre”, explica.

Un motivo político

No son pocos los gobernantes que han recurrido al cambio de lugares como una manera de preservar y prolongar la historia oficial. Desde 1936 hasta 1961, por ejemplo, Santo Domingo (la capital de República Dominicana) se llamó “Ciudad Trujillo” gracias a un cambio ordenado por Rafael Leónidas Trujillo Molina. San Petesburgo, actual capital de Rusia, se llamó “Leningrado” en tributo a Vladímir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin.

En el caso específico venezolano Jesús Armas, dirigente del partido político Primero Justicia, afirma que estos cambios de nombre responden a la necesidad, por parte del gobierno venezolano, de construir su propia narrativa. “De repente, los que tenemos 30 años o más conocemos el Parque del Este con ese nombre, pero las generaciones más jóvenes lo reconocen como el Parque Miranda. Se trata de un proyecto hegemónico que pretende durar varias generaciones”, afirma director de la plataforma Monitor Ciudad.

Armas fue concejal del Municipio Libertador entre 2013 y 2018. Cuenta que, durante su gestión, se logró impedir que la Alcaldía modificara tanto el himno como el escudo de Caracas, ya que la intención era agregar “los ojos y la boina de Chávez” a este último.

Gracias al apoyo de los ciudadanos, Armas relata que se logró detener este primer esfuerzo. Aunque poco tiempo después, en diciembre de 2018, la alcaldesa Érika Farías sustituyó la estatua del León de Caracas (ubicada en la autopista Valle-Coche) por una de la guerrera indígena Apacuana.

Para Armas, “todos los totalitarismos intentan hacer lo mismo: abolir el viejo orden cambiando la Carta Magna, creando nuevos ministerios, porque para poder construir los símbolos de su narrativa, deben cambiar los símbolos del país.

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