Pedro, un militar que huyó de Venezuela tras el golpe de abril de 2019, caminó durante seis días por el Tapón del Darién, una selva espesa y pantanosa de 575.000 hectáreas que une a Colombia con Panamá, considerada como la jungla más peligrosa del mundo, en busca de una vida libre de hambre y persecución política

“¿Muertos? Vi muchos muertos. Al tercer día había algunos comidos por gusanos, otros hinchados a punto de explotar. Vi a una mujer que perdió al bebé y ella murió ahí… Vi a una familia completa que se la llevó la corriente de un río. Hay muchos muertos, muertos al cuarto día, al quinto día”.

Pedro, nombre usado para proteger la identidad del entrevistado, no quiere recordar más. Ataja el llanto y se niega a revivir el horror, pero finalmente cede y deja que la memoria lo lleve de nuevo al cruce del Tapón del Darién, la ruta colombiana que ahora toman algunos venezolanos hacia Estados Unidos. Aunque no tengan garantías de llegar sanos y salvos a su destino.

Se trata de un militar venezolano, del componente Guardia Nacional. Durante casi trece años sirvió a la fuerza armada venezolana. Alcanzó el rango de sargento mayor de tercera. Le faltaba poco para ascender al grado de sargento mayor de segunda. Trabajó en muchos lugares de Venezuela y en el último en que sirvió fue Valencia, Carabobo, su estado natal. Desde allí fue convencido por un familiar suyo, oficial del mismo cuerpo, de participar en el intento de golpe de estado del 30 de abril de 2019. Su única opción, tras una detención ilegal por el órgano de inteligencia militar, fue huir de su país para proteger su vida y la de su familia.

A sus 36 años, Pedro se supo fuerte y con experiencia. Se sintió capaz de emprender la ruta, pero no advirtió que para transitar ese corredor de 575.000 hectáreas entre Colombia y Panamá hay que lidiar con la naturaleza, el crimen y la precariedad de los servicios.


De la región del Darién forman parte el Parque Nacional Natural Los Katíos y el Parque Nacional Darién. Ambas entidades, juntas, comparten el título de Patrimonio Mundial Natural y Reserva de la Biosfera


La región del Darién, de acuerdo con sus límites geopolíticos, es una selva tropical compacta y pantanosa que abarca parte de la provincia de Darién, al sur de Panamá y al norte de Colombia por los departamentos del Chocó y Antioquia. Su longitud se calcula entre 100 y 160 kilómetros. A lo ancho, esa franja une el océano Atlántico con el Pacífico.

Pero para los 13.500 migrantes que, como Pedro, cruzaron esa selva durante junio de 2021, el Tapón del Darién no solo es jungla. Tampoco solo paso irregular de inmigrantes. Hay grupos guerrilleros y paramilitares lucrándose del narcotráfico y el contrabando. La zona facilita el envío de drogas a Centroamérica que tienen como destino Estados Unidos.

En 2018, el periodista estadounidense Jason Motlagh, citado por la BBC de Londres, definió el Tapón del Darién como “el pedazo de jungla más peligroso del mundo”.

Pedro, pese a que duró dos semanas investigando día y noche las rutas por Google Maps, no cayó en cuenta de la observación de Motlagh ni imaginó nunca lo que viviría. La desesperación por huir de Venezuela hizo que se figurara el escape como una apuesta de valentía contra el miedo. Y se lanzó a una aventura de 15 días para llegar a Tapachula, Chiapas, en la frontera sur de México. Allí espera desde el 5 de julio para avanzar, bien sea solo o enfilado en alguna caravana migrante.

Un escape peligroso

“Llegué con los pies destrozados y con el alma desecha. Atajé muchos peligros. Es algo terrible, es una travesía demasiado peligrosa. No le deseo eso a nadie. Si pudiera regresar el tiempo busco otra opción”, relató a El Pitazo en una entrevista vía internet.

La meta de Pedro es ir a Estados Unidos, a toda costa. Una vez lo intentó ingresando por Cancún, México, por vía aérea. Fue deportado y devuelto en el mismo avión en el que despegó de Venezuela. Reingresó al aeropuerto Arturo Michelena de Valencia con los deseos enteros. “Como no me dejaron entrar por aire decidí hacerlo por tierra. Me aventuré por el Tapón del Darién”.

Organizó la ruta, se hizo un plan: ¿cómo podría ir?, ¿cómo podría llegar? Investigó bien con mapas, estudió la ciudad desde donde tenía que salir y adónde tenía que llegar y cuáles países tenía que cruzar.

“Salí el 15 de junio de 2021. Arranqué por tierra solo, desde Pereira, donde dejé a mi esposa, porque no la quería arrastrar por esa travesía, aunque ya no estaba embarazada: había perdido el bebé”.

De Medellín a Turbo

Desde Pereira, Pedro llegó a Medellín. Compró un boleto y viajó en la madrugada en un recorrido de 214 kilómetros durante 5 horas en autobús. Ese mismo día, en la noche, partió en otro colectivo a Turbo, el distrito portuario de Antioquia de la subregión Urabá. Recorrió 340 kilómetros durante 8 horas.

“A Turbo llegué a eso de las 3:00 de la madrugada. Estuve en ese terminal sin saber, sin conocer a nadie. Al amanecer, busqué una mototaxi para llegar al puerto por el que me embarcaría para llegar a Capurganá, un corregimiento del Municipio de Acandí, del Departamento del Chocó, donde se inicia la selva del Tapón del Darién”.

De Turbo hasta Capurganá el viaje puede demorar aproximadamente dos horas. Todos los días por la mañana salen lanchas rápidas. El costo es de 29 dólares.


El Darién acoge a jaguares, pumas, venados, ratones silvestres (especie única de la zona), tigrillos pequeños, manos (cerdos salvajes), dantas, zorros, perros de monte y marimondas. Allí conviven, también, las comarcas indígenas de Guna Yala, Emberá-Wounaan, Guna de Madungandí y Guna de Wargandí


“Capurganá es el último paso urbano para adentrarse a la selva. Me desplacé cauteloso. En el ambiente sientes el acecho de la gente del Cártel del Golfo y de muchos coyotes, vigilándote. Ellos son los que mandan allí”.

Pedro empezó la travesía por esa selva el 17 de junio. Fue su primera noche en una jungla, nada distinta a la que pasaron sus antecesores. En lo que va del año han transitado por el Tapón del Darién 64.000 migrantes, según el ministro panameño de Seguridad, Juan Pino. La mayoría de Haití, reseña la agencia France24 en su portal web.

“La cola en el embarcadero es una multitud. Ahí llegan migrantes de todos lados: de África, de China. Todos llegan ahí, a ese lado… llegan por mar queriendo ir a Estados Unidos. Se ven muchos cubanos, demasiados haitianos y pocos venezolanos”.

“En un día se reúnen entre 100 y 600 personas para cruzar el Darién y, en verdad, ellos lo encaminan a uno, pero luego te abandonan, te dejan a merced de animales salvajes y de hombres armados. Es un negocio, imagínate a 500 personas pagando, cada una, hasta 500 dólares por pasar la selva”.

Caminatas de 12 horas

Las caminatas de Pedro por el Darién eran de 12 horas a la luz del día. Eran de seis de la mañana a seis de la tarde. Luego, los migrantes duermen. “Se duerme a ratos y a un ojo abierto. Abundan los asaltos por bandas organizadas, asesinatos y abusos sexuales. Cuando vas en grupo, los ladrones te quitan el dinero y te dejan ir. Al que no lleva plata le revisaban sus cosas».

Pedro iba equipado con comida como para cinco o seis días y con agua como para un día, confiado en que en el camino podría servirse de los ríos. Sin embargo, sufrió hambre y deshidratación.

“Lo que necesitas en esa montaña húmeda y espesa es un equipo de supervivencia, la ropa que llevas encima y encomendarse a Dios. Cualquier carga o peso es un suplicio”.

A lo largo de la ruta, los migrantes improvisan paradas conjuntas. Pedro pudo ver hasta mil personas acampando en grupos, que avanzaban unidas. Los rezagados desfallecen a medianoche.

“Cada amanecer lo iniciaba solo con fe en Dios. Los ruegos fueron sonoros, rezaba en voz alta hasta cumplir los seis días caminando entre la montaña y el pantano, próximo a serpientes venenosas o a picaduras mortales de insectos, y expuesto a la maldad y al abuso de los maleantes”.

Durante el trayecto no hay atención en salud. A la salida de la jungla hay un puesto de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF). Allí también la cola es larga. “Yo vi a unas 500 personas pidiendo ayuda”, relata Pedro.

Sofía Vásquez, medica de la organización, explicó en entrevista a France24 que “la mayoría de lesiones son traumáticas en los pies, por los largos días de caminata y lo difícil de la ruta (…) lesiones a nivel gastrointestinal, picaduras de insectos y casos de violencia sexual”.


Para llegar al Darién por Capurganá, algunos migrantes prefieren la ruta Medellín -Necoclí, otro municipio antioqueño de la subregión de Urabá. El recorrido de Necoclí a Capurganá se hace en aproximadamente 1 hora y 15 minutos. Desde ahí el viaje en lancha puede costar hasta 60 dólares


En bote a Bajo Chiquito

“Después de dejar de ver cómo crece la jungla y te asomas más afuera, donde apenas esta se despeja, encuentras el Río Turquesa. Ves cómo se desplazan unas curiaras capitaneadas por indígenas. Son curiaras a motor, botes, y te llevan hasta la aldea Bajo Chiquito, la primera zona habitada que consigues luego de sobrevivir a la selva. Si tienes dinero, ese es tu último tramo a pie por una de las rutas más peligrosas del mundo”.

Al llegar a Bajo Chiquito, tras registrarse con Migración y el Servicio Nacional de Fronteras (Senafront), los caminantes esperan el turno de los botes para ser transportados hasta la Estación de Recepción de Migrantes en Lajas Blancas, de la misma provincia panameña de Darién. El costo por el servicio es de 25 dólares.

De Lajas Blancas, la nueva travesía de Pedro fue por tierra a San Vicente. Pagó 40 dólares a un autobús que lo condujo hasta la frontera con Costa Rica. Sus próximos destinos fueron, en orden, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México. Le falta uno, el último: Estados Unidos.

Pedro ingresó a México por el estado de Hidalgo, parte de la zona centro este azteca. Está ahora en Tapachula, Chiapas, donde ser migrante es vivir en la oscuridad o estar preso.


Pedro es un nombre ficticio usado para resguardar la identidad del protagonista de esta historia, un militar que huyó de Venezuela luego del intento de golpe de Estado del 30 de abril de 2019. El relato fue posible gracias a la organización no gubernamental Apoyo a Migrantes Venezolanos, representada en México por sus directoras fundadoras July Rodríguez y Lizbeth Guerrero.