El sábado 22 de agosto, el coronavirus marcó para siempre el destino de la familia López. Ese día murió Alfredo López, un periodista dedicado a las comunicaciones corporativas, que ejerció hasta su jubilación en Petróleos de Venezuela (Pdvsa). López había desarrollado síntomas graves de COVID-19 desde el pasado 15 de agosto de 2020, pero esto se supo cuando ya había muy poco que hacer para mantenerlo con vida.
En tan solo una semana, de la cual tres días pasó con fiebre alta y sin olfato, sus pulmones colapsaron. Debido a esta complicación falleció el mismo día que fue trasladado a una clínica del este de Caracas. El paciente había callado los síntomas leves de la enfermedad viral por más de dos semanas. La revisión de su historia médica demostró que contrajo el SARS-CoV-2, causante del COVID-19, cerca del 1° de agosto. Sus familiares creían que el cuadro que presentó aquel sábado estaba relacionado a un accidente cerebro vascular (o ACV por sus siglas).
“Mi hermana y yo lo llevamos a la emergencia de la clínica en estado inconsciente y con falta de respiración. Le practicaron los rayos X en los pulmones, luego de una hora de espera para que lo atendieran, porque el seguro no nos autorizaba la clave de ingreso, lo atendieron”, contó con delicados detalles su hija, Iraida López, de 52 años de edad.
Iraida López, sobreviviente de coronavirus
Para la mayor de las López, hasta el momento en que esperaban angustiadas en los pasillos del centro de salud privado, el nuevo coronavirus era solo un mito. En su casa ubicada en la parroquia El Junquito, la enfermedad era tratada como un rumor. Una situación muy lejana, que en solo una noche se volvió un asunto íntimo, familiar, doloroso y que los llevó al confinamiento sin derecho a luto.
“El doctor desde que lo vio, notó que estaba agonizando. Por eso nos advirtió que se nos podía quedar muerto en cualquier instante. En efecto, al salir de la máquina de rayos X lo pusieron en una silla de ruedas que estaba al frente de la clínica y ahí falleció”, añadió entre suspiros contenidos. Los rayos X revelaron que el agente viral había ocasionado la falla de 94% de los pulmones. Tenía neumonía bilateral, sin antecedentes de padecimientos respiratorios. Todos en casa recibieron el diagnóstico como un golpe de realidad.
La muerte entró a casa de los López silenciosa como un ladrón, pero resultó tan destructiva como un huracán. Así lo describió Iraida a El Pitazo durante los 18 días que permaneció confinada en dos hoteles de Caracas, junto a su hermana menor, María Laura, de 39 años, y dos de sus tíos paternos, de 73 y 69 años. Las identidades de estos últimos permanecerán a resguardo a petición de las fuentes.
Con la muerte de Alfredo no culminó la agonía en la residencia López. En medio de los trámites funerarios, el dolor por la súbita pérdida y el apremio económico consecuencia de la seguidilla inesperada de gastos, la duda alteraba aún más los nervios de la familia. Con grandes dudas y miedo, las hermanas López decidieron que debían hacerse la prueba para descartar que fuesen portadoras del virus. La prevalencia por más de 25 días de síntomas que habían asumido como gripe y el impacto de un fallecimiento tan cercano fue el factor decisivo.
“Cuatro miembros de la familia y yo habíamos tenido esa gripe loca. Mi hermana por 22 días; mi tía por 17 días; mi tío por 8 días, y yo por 25 días. En vista de cómo esa gripe mató a papá, nosotros nos asustamos. Entonces, comenzamos a averiguar para realizarnos la prueba. Entre un contacto y otro averiguamos que las estaban vendiendo en 50 dólares”, contó.
Por el temor a ser estafados, decidieron por la opción que, aunque era la más lógica, les parecía menos confiable: acudir a un centro de salud público. El maltrato denunciado en redes sociales dentro de albergues oficiales y las precarias condiciones del sistema de salud parecían argumento suficiente. Fue entonces que el martes 25 de agosto se acercaron los cuatro integrantes de la familia, que presentaban síntomas de fiebre, tos seca y dificultad para respirar, al Centro de Diagnóstico Integral (CDI) de El Junquito. La viuda de Alfredo también asistió a la jornada de descarte.
“Llegamos el martes en la mañana y había una cola larga. Llevamos a mamá también por el contacto que había tenido con papá. Atendían a 40 pacientes, de los cuales 30 fueron diagnosticados como positivos. En 20 minutos ya estaban los resultados. Mamá dio negativo; mi hermana, mi tía, mi tío y yo, positivo”, dijo Iraida cual lamento, desde el llamado hotel sanitario durante una de las mañanas en las que las milicianas a cargo de la vigilancia estaban en otro piso.
Iraida López, sobreviviente de coronavirus
Ese 25 de agosto lo único cierto para los López era el diagnóstico preliminar de coronavirus. La ansiedad y la zozobra apenas empezaban. Desde el momento en que ingresaron a la estadística de contagiados se cercioraron de las fallas en la atención de los pacientes. El traslado al lugar de aislamiento que, según el protocolo del Ministerio de Salud se ejecuta tan pronto se conocen los resultados de la prueba rápida, no se pudo completar ese día por falta de transporte.
“Por los resultados nos dijeron que íbamos a ser trasladados a un hotel donde nos pondrían en aislamiento. Eso fue a las 12:00 pm. A las 3:00 pm cansados de esperar preguntamos y nos informaron que podíamos acercarnos nosotros al hotel Santander, en El Paraíso, porque no había transporte que nos trasladara. Que con solo enseñar la prueba ahí nos admitían”, repasó.
Pese al angustioso diagnóstico, debían esperar al menos un día más para entrar en tratamiento. A las dudas, que ya arrastraban desde la complicación de su padre, se sumó la posibilidad de evadir el confinamiento en un sitio del Gobierno. Quizás recurrir a remedios caseros, o comprar por su cuenta los fármacos que se exhiben como receta en Internet, surgían como alternativas. La pesada sombra de la urna de su padre, que ni siquiera pudo ser velado y con un entierro despersonalizado les sirvió de escarmiento. El miércoles 26 de agosto “se entregaron”, como ironiza Iraida, en el hotel Santander.
“La incertidumbre de lo silencioso y malvado del virus nos aterraba. Llegamos al acuerdo que, para poder protegernos de una muerte imprevista y proteger a nuestros amigos y familiares, debíamos someternos y sacrificar nuestra libertad para optar y recibir tratamiento del Gobierno. Nos acercamos al hotel Santander en El Paraíso. Ahí nos dijeron que no había cupo y nos recomendaron ir a Plaza Venezuela. Al llegar dos autobuses con otros pacientes. Nos rociaron con hipoclorito y los doctores nos interrogaron uno por uno. Al ver los resultados, nos asignaron al hotel El Gabial”, recordó.
El Gabial era el hotel donde debían cumplir un confinamiento preventivo hasta conocer los resultados de la prueba serológica confirmatoria o de Reacción en Cadena a la Polimerasa (PCR). Este análisis, hecho a base de una muestra nasofaríngea, es el único que verdaderamente determina si una persona porta el virus, por eso se aplica antes de iniciar tratamiento y como requisito para dar de alta. La espera para la toma de las muestras fue eterna. Desde las 8:30 am a las 7:30 pm, cuando finalmente llegaron al alojamiento empezaron los que Iraida narró como las noches más tristes de su vida.
“Mi habitación estaba asquerosa de sucia. Sin bombillos y sin televisión, de casualidad yo llevaba conmigo cuatro bombillos y me salvé de quedarme a oscuras, porque a pesar de que los pedí, nunca llegaron. Tuve que limpiar el baño, la poceta estaba asquerosa. Más allá de las condiciones de alojamiento, tuve mucha suerte entre comillas, porque los resultados salieron en menos del tiempo estipulado. Ya el jueves estaban listos, mis compañeros de piso que tenían 15 días esperando, salieron todos negativos. Pero yo di positivo”, sollozó.
Iraida López, sobreviviente de coronavirus
El lunes 31 de agosto, con la confirmación firmada por el personal del laboratorio del Instituto Nacional de Higiene, Iraida fue llevada al hotel Luna. Sus familiares, quienes también dieron positivo, se quedaron en el hotel el Gabial. El traslado al lugar final de confinamiento fue el inicio de una depresión leve para Iraida. Para llegar al sitio pasó por 16 hoteles. A bordo de un autobús Yutong del Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, junto a otros 40 pacientes transitó por pensiones y moteles de Sabana Grande, Chacaíto, Las Mercedes, La Florida, Chapellin, Nuevo Circo, Parque Central y, nuevamente, El Paraíso.
Una vez admitidos en el hotel Luna fueron recibidos por el sargento Sánchez, quien en una especie de acto marcial les dejó claras las restricciones, normas y exoneraciones a las que estarían obligados durante su estancia:
“El segundo día en el hotel falló la logística de la comida no nos dieron ni desayuno ni almuerzo. La mayoría de las veces, desde que nos entregamos, nos dieron de comer unas arepitas pequeñas, tiesas con sardina frita. Siempre estaban heladas. Es horroroso, te sientes desolado, perdido y temeroso de lo que pueda ocurrir con los resultados piensas en el tiempo que te tocará pasar aislado en ese lugar”, confesó
Del jueves 27 de agosto al domingo 6 de septiembre, Iraida fue sometida a un tratamiento experimental, que es parte del esquema oficial del Ministerio de Salud. Por lo novedoso de la enfermedad pandémica, ninguna terapia o fórmula es del todo eficiente para contrarrestar el efecto viral. Es por esto que toda medicina debe indicarse previo consentimiento firmando del paciente. El médico tratante debe informar incluso a los familiares sobre los efectos adversos previstos por la ingesta de algunos medicamentos. Iraida no consintió tratamiento alguno.
“No nos hacían firmar nada. Nos daban el tratamiento y nos preguntaban qué efectos habíamos sentido y, según lo que les decíamos, nos respondía que eran efectos del tratamiento. Después nos decían que cualquier molestia grande que sintiéramos, no dudáramos en solicitar atención médica”
Iraida López, sobreviviente de coronavirus
Al quinto día de tratamiento, Iraida y sus familiares presentaron taquicardia, escalofríos náuseas, diarrea y asfixia. El esquema terapéutico incluyó omeprazol e hidroxicloroquina, un fármaco antimalárico desaconsejado por la Organización Mundial de la Salud. Este último le fue suspendido al tercer día, después de que presentara una reacción adversa con inflamación de la glotis, para el que le indicaron loratadina, un antialérgico de uso común y un esteroide, cuyo nombre o compuestos no le fueron precisados.
Los siguientes siete días, la terapia se redujo a aspirina y cápsulas de vitamina C. El 1° de septiembre le tomaron unas nuevas muestras, como establece el protocolo del Ministerio de Salud, para verificar la evolución de la enfermedad. Diez días después, el 11 de septiembre, los pacientes fueron convocados al comedor del hotel.
Un médico leyó los nombres con los resultados negativos del examen de PCR, todos los López estaban incluidos. De inmediato fue sellada el alta médica y esperaron unas horas, las más cortas de sus vidas, para ser llevados a casa. Con nuevo aliento, cinco días después, Iraida trata de recuperar la confianza en el contacto directo. “Sobreviví”, dijo incrédula, luego de 41 días respirando cerca de la muerte.
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