Los cuerpos se mueven casi bajo la luz de la luna porque en los barrios el alumbrado público es menos que deficiente. También danzan sobre un asfalto deteriorado, donde los bailarines de salsa o merengue desgastan los zapatos. El humo del cigarrillo y la marihuana forma nubes que se rompen con los brazos agitados en medio de la algarabía y la pasión se manifiesta en besos y abrazos que no dan espacio a la vergüenza


Este relato corresponde a la tercera entrega de La Noche en el Barrio, un especial que muestra cómo se vive cuando se oculta el sol en Santa Rosalía, Petare y Catia


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7:00 pm

En el bar El Torero está prohibido pedir reggaetón. Un letrero pegado cerca de la barra lo anuncia claramente: “No insista, en este lugar solo se escucha música campesina, ranchera, boleros y baladas de los 80”. Otra regla importante: “En este local no se habla de política ni se dicen groserías”. La música suena de fondo, alta, pero a un volumen que permite conversar sin gritos. Apenas comienza la noche y las mesas están llenas de botellas de cerveza vacías. Se escuchan las risas.

La parroquia Sucre, conocida como Catia, es una de las 22 del municipio Libertador, donde en 2018, de acuerdo con el informe de Monitor de Víctimas, se registraron 69% de los homicidios del Área Metropolitana de Caracas. Desde hace algunos años, además de los índices de violencia, aumentaron las deficiencias de los servicios, entre ellos, el alumbrado público. Juan Carlos y Rocío procuran no salir de noche, aunque El Torero, para ellos, es el único lugar de Catia donde pueden tomarse algo y pasar el rato sin sentir miedo.

El Torero es un lugar especial por varias razones. Rocío dice que la música la lleva a su juventud, cuando era cortejada y salía a bailar toda la noche. En el bar no se baila ni se toma hasta el amanecer, pero es un lugar para recordar y hablar de otros tiempos. Juan Carlos la secunda: “Mira, el promedio de edad de las personas que visitan este lugar, que se llaman toreros, está entre los 40 y 50 años. Lo que queremos es disfrutar y compartir en familia, con unos amigos. O sea, alejarnos del día a día, alejarnos del reggaetón, alejarnos de esa música que escuchas en el radio todos los días. Esta música no la vas a escuchar en ningún sitio de Caracas”.

Todo en El Torero es de otra época. Hace más de 40 años la gente comenzó a llevar antigüedades y ahora es una suerte de museo. Sus paredes son cofres sobre las que se guardan tesoros: un teléfono de Susana Duijm; el pasamanos que dañó Luis Herrera Campíns durante la inauguración del Metro de Caracas; el secador de Lila Morillo; un traje de María Félix; obras de Armando Reverón; el maletín de José Gregorio Hernández.

“Si tú quieres oír música caótica, te tienes que ir a la Plaza Sucre o a algún achante en los barrios. Aquí es la tranquilidad”, dice Domingo Márquez, que viven en la parroquia Candelaria, pero tiene más de dos décadas visitando el local.

“A pesar de la situación, sigue la afluencia de personas. No se amilanan por la situación y siguen viniendo, igual nosotros. No todo es trabajo, no todo es concentrarse en la situación, es pasarla diferente a lo que vemos actualmente”, dice. No importa lo difícil que haya sido su día, en El Torero, Domingo olvida los problemas al ritmo de los boleros.

9:00 pm

“Boquerón en pinta, papá”, grita Joel Pérez mientras levanta una cerveza y mueve los pies al ritmo de la salsa erótica. La calma de El Torero contrasta con la euforia de las noches en Boquerón, un barrio ubicado en la carretera vieja de El Junquito. Joel insiste en que no cambiaría eso por nada. “La gente es chévere, única”, dice. Ahí todos se cuidan mutuamente.

Joel está en un local que parece una casa. La puerta es pequeña, discreta, pero adentro, la luz amarilla brilla intensamente en todo el lugar y el humo de los cigarros forma nubes. La salsa suena tan fuerte que hay que gritarse al oído. Todos agitan los brazos, se pasan las botellas y bailan, solos o en parejas, no importa. Algunos, incluso, en grupo.

–¿Me puedes contar qué tal se rumbea en el barrio? Es para un video.

–¡Nooo! Yo estoy escapada de mi marido– responde mientras sigue bailando en círculo con otras tres mujeres. Todas se ríen.

–Pero, de todas formas: ¿Qué tal las fiestas aquí?

–Arrechísimas, utiliza la palabra para explicar que Boquerón no tiene comparación. Aquí se bebe, se come, se baila, se jode. Todo.

Parece que también se ama. Un hombre alto toma a una mujer por el brazo, la acerca y la besa. Se ven las lenguas. Otra mujer la separa de él y la lleva de la mano hasta el lugar donde están bailando. “No dejan que uno se exprese, vale”, le grita el hombre.

Boquerón, junto a El Amparo e Isaías Medina Angarita, son de los barrios más violentos de Catia. Líderes comunitarios han denunciado la incursión de las Fuerzas de Acciones Especiales (Faes), de la Policía Nacional Bolivariana (PNB). En enero ocurrió luego de que algunos jóvenes protestaran en contra de Nicolás Maduro durante los días 22 y 23, a propósito de las convocatorias de Juan Guaidó para exigir el cese de la usurpación.

En las noches nadie piensa en delincuencia ni en problemas. Alejandra habla y su voz delata los efectos del alcohol: “Si aquí hubiera malandros, este gobierno no seguiría montado. Los malandros son los de las Faes”. Cuenta que, a mediados de este año, una de sus nietas murió, no quiere dar detalles, tampoco se seca las lágrimas que comienzan a salir. Maldice al gobierno, guarda silencio y después se disculpa: “Coño, nosotros vinimos fue a disfrutar. Ya, tenemos que olvidarnos del dolor”. Y se va, como ella dice, a gozar.

12:00 pm

Es medianoche y son pocos los que todavía caminan erguidos o modulan al hablar. Daniel Figuera es encargado de una licorería desde hace 15 años y asegura que ahora se bebe más, pero lo más barato. En el barrio, a los licores más económicos, como ron o aguardiente, les llaman «lava gallo», porque, según Daniel, es lo que rocían sobre los animales que se sacrifican en rituales como los de la santería o la palería.

Ahora se toma más, para olvidar los problemas. Eso hace Anaconda, como se hace llamar, hasta el amanecer. Toma, baila, disfruta. 

–¿Qué tal la fiesta?

–¡Divinaaa!– dice y muestra la ropa interior por debajo de la minifalda.

Lo que más le gusta del barrio son las rumbas, aunque a veces tiene problemas. Anaconda es una mujer transgénero y asegura que, cuando regresa a casa después de las fiestas, algunos hombres la acosan y quieren golpearla. Aun así, dice que no dejará de vivir las noches del barrio.

En Boquerón, de viernes a domingo, todos intentan olvidarse de lo que los aqueja. Mariana Raga, dueña de un local donde vende hamburguesas y perros calientes, dice que Venezuela está mal de lunes a viernes. Uno de sus amigos coincide: “Los fines de semana nos olvidamos del dólar”. Todos ríen y el trabajo sigue.


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