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Se ríe y se tapa la cara con esa ternura que solo la infancia puede aportar. Cuando se decide y abre los ojos de nuevo, respira profundo. Toma aire por la nariz, infla su pecho, se toca con el puño cerrado el pectoral, bota el aire por la boca y brama con fuerza. Dice algo que parece sonar como un “yo sí puedo” antes de agarrar el cuatro con sus dos manos, apoyarlo en su torso y comenzar a chocar sus uñas, apenas largas, contra las cuerdas que emiten el sonido que él deja salir al marcar cada acorde a la velocidad que le permite su práctica.
Entonces su voz lo deja en evidencia.
–Arloento, arloento… del tambor–, canta con un tono agudo, pero dulce y repite las notas unas tres veces antes de recordar que no está solo y suelta otra carcajada que oculta tras su cuatro.
Se esconde tanto como el Estado y como la sociedad que ocultan su realidad, la de ser diferente y estar solo. La de ser un niño especial que no tiene familia y que vive en una casa de acogida de la Red de Hogares Don Bosco desde que puede recordar.
Conoce la historia de Daniel, cómo ha sido su experiencia en una casa hogar y cuáles son sus herramientas para enfrentar la vida sin familia y siendo diferente
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