Caracas.- «Esa broma es un invento. Aquí no hay COVID-19 nada y en diciembre menos», dice la encargada de la zapatería. «Aquí lo que hay es real y uno tiene que salir a buscarlo».
Su tono cantadito se acompasa con los bits que emite una corneta con luces de colores y las rimas que un muchacho moreno con crinejas amarillas canta a quienes lo observan desde la parte de abajo del mercado de Chacaíto, en Caracas, la tarde del jueves 3 de diciembre.
En la zapatería, un salón grande dividido por islas de zapatos, se mezclan los que tienen puestos tapabocas y guantes con los que caminan y conversan con acompañantes y vendedores que muestran su nariz y boca a todo lo que les da.
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Zapatos pasan de mano en mano, billetes circulan entre quienes compran y los que venden. Lo único que nadie comparte es algo de antibacterial o alcohol. El anuncio de una flexibilización especial durante todo el mes de diciembre fue atendido a cabalidad por cientos de caraqueños que, con razones o sin ellas, tomaron la ciudad para obviar esa nueva normalidad que el mundo entero pregona.
Como antes, como siempre, es posible ver a la gente como hormiguitas caminando por el bulevar. Todos preguntan, todos ven, todos prueban y hablan, pero esta vez con dos novedades: lo hacen con tapabocas a medio poner o de collar entre la amenaza invisible del COVID-19 y viendo ofertas por doquier que pintan el signo del dólar en todos colores y formas.
Dos pares por $10, uno a $3 y dos por $5, todo a $1. En carteles, con megáfonos, con volantes, a puro grito. La gente salió a vender lo que tenía nuevo o usado y en las principales zonas populares caraqueñas es difícil diferenciar quiénes conforman la multitud: si los que venden o los que miran, preguntan y a veces compran.
El miedo parece haberse esfumado en los caraqueños. Ante la interrogante de un posible contagio en un país que lleva la cifra de 103.067 casos de COVID-19 (al 3 de diciembre de 2020), quienes hicieron de la calle su negocio responden que eso no existe o que están seguros de que no les dará. Los transeúntes muestran más contención, pero el miedo no les alcanza para usar bien el tapabocas o no bajarlo de vez en cuando y refrescarse un poco.
«Todo está caro, pero igual uno sale a ver qué se consigue», dice la señora Arminda Chacín al salir de una tienda en el bulevar de Catia. «El encierro es muy difícil de llevar, entonces es preferible salir, más ahora que el peligro ha bajado un poquito, ¿verdad?».
En las calles que recorre Arminda hay que pedir permiso para pasar. La gente se aglomera y en el bulevar de piedra, entre las tiendas, los vendedores ambulantes usan árboles, rejas, alambres, cajas, carros y hasta sus propios brazos como colgaderos de la mercancía.
Yamileth González es una de esas mujeres que decidió convertirse en un perchero humano. El 1° de diciembre, el día en el que formalmente inició la flexibilización especial de la cuarentena que ya cuenta cerca de 10 meses, ella logró su récord de ventas en los últimos tres meses: 100 dólares.
En un mal día, los vendedores ambulantes logran hacerse con 20 dólares. La coincidencia es que las ventas están mal. En Sabana Grande, en el casco de Petare, en Catia y hasta en los centros comerciales, pero las esperanzas de todos reposan en el mes de diciembre y en la gente que decida aventurarse a pasear las calles.
Menos adornos, más ofertas
Colas en la avenida Francisco de Miranda, en la Libertador y en la Francisco Fajardo. Calles imposibles de transitar en Petare o Catia, el bullicio característico del bulevar de Sabana Grande, las ferias que ya son costumbre en Chacaíto, Plaza Venezuela o Capitolio están allí este 2020.
Los comerciantes como Alberto Artiaga, de Petare, este año no invirtieron en adornos o luces. “La plata está en la comida y en la ropa”, dice el vendedor con más de 30 años de experiencia, quien cuenta que la gente que recorre las calles lo hace buscando ofertas en comida.
Las ofertas son las que han hecho que surjan nuevos negocios y la mercancía mostrada por muchos es traída desde Cúcuta, aún y con las dificultades para atravesar la frontera en medio de la pandemia.
«Hicimos real en ocho meses de pandemia, porque cuando uno necesita no lo apabulla nada», dice una vendedora de un local tipo bodegón abierto recientemente en Sabana Grande.
Los caraqueños encontraron en las calles y en diciembre un nuevo aliento para superar los estragos del COVID-19, por ello el espíritu que reina no es el de la Navidad, sino el de las necesidades por superar.
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