La cuarentena y la ciudad tienen sus niveles y sus desniveles. Con mis zapatos deportivos y mi ropa de correr tomo la ruta que va de la entrada del Parque del Este hacia Ciudad Banesco en Colinas de Bello Monte. Entonces mis piernas me van hablando de planos y falsos planos, de subidas y bajadas, mientras mi mirada ausculta un paisaje citadino de controles y transgresiones, distribuido entre calles y esquinas, peatones y automóviles.
Asumo mi condición de corredor en el asfalto, ésa es mi consideración ante el otro ciudadano que va por la acera. Hay tantos tapabocas en la ciudad y tantas maneras de usarlos, cual desfile de pasarela. En la medida que corro se me antoja que los semáforos, los kioscos, los automóviles y hasta la entrada del Metro tienen tapabocas. Pero yo voy por el camino que, en mi mente, abren el cielo y el sol, por donde transita el viento.
Corro y mis pasos van acompañados del estribillo: dos metros de distancia, nada de aglomeraciones y nada de espacios cerrados.
Corro y el espacio deja de ser una dimensión para convertirse en un pensamiento.
Acá, una alcabala desvía el tráfico, pero más allá los automóviles evaden los controles, un juego de gatos y ratones. Voy pasando una fila de carros que están esperando surtirse de gasolina y a un joven que empuja su carro accidentado, mientras otro avieso chofer ve la oportunidad de adelantarse en la cola. A mi memoria vienen nuestros antepasados milenarios que corrían para cazar a sus presas.
Atrás he dejado a dos hombres maduros que, asegurando los tapabocas a sus rostros, hurgaban en una bolsa de basura.
Ya me encuentro corriendo por la avenida principal de Bello Monte, en sentido contrario a como corre el rio Guaire, ese receptor de las aguas residuales de la ciudad. Allí diviso, a la altura de los puentes, un grupo de hombres sumergidos en sus aguas hasta la cintura y con sus torsos desnudos. Tratan de pescar algo que les traiga la fortuna en esas aguas contaminadas.
De retorno al punto de partida, mis piernas me siguen hablando de planos y falsos planos, de subidas y bajadas, mientras mi memoria se ha cargado de paisajes de cuarentena.
La cuarentena y la ciudad tienen sus niveles y sus desniveles.
CARLOS ALBERTO MONSALVE