Pérdidas de aprendizaje, dificultad para concentrarse y carencias de habilidades psicosociales son algunos de los posibles efectos de la interrupción de las clases presenciales en los niños que cursan la primaria. Gobiernos, profesores, padres de familia y los mismos estudiantes enfrentan el reto de revertir o minimizar esos impactos negativos
Por: CONNECTAS
María tiene 8 años, y vive en Ahuachapán, departamento de El Salvador fronterizo con Guatemala. Desde que empezó la cuarentena por la COVID-19, intentó mantenerse al día con sus clases virtuales. Pero el dinero para pagar el internet se terminó, y su única opción para mantener, en alguna medida, su proceso de aprendizaje es a través del programa estatal que se transmite por televisión. Lo hace sin la guía ni la supervisión de su maestra.
Como ella, en la ciudad de Maracaibo, en Venezuela, Juan José, de 10 años, solo cuenta con las lecciones por TV desde que se decretó el confinamiento absoluto el 13 de marzo. Su conectividad a internet es casi nula y el niño no puede comunicarse con sus maestros por ninguna plataforma tecnológica. Los cinco apagones eléctricos registrados en su ciudad durante abril, aunados al racionamiento programado de energía que vive su región, le impiden tener una educación remota estable y continua.
De acuerdo con la Unesco, casi 1.200 millones de estudiantes, de más de 190 países, se han visto afectados por la interrupción de la educación presencial desde mediados de marzo, ante la posibilidad, aún no confirmada, de que puedan ser vectores del virus y transmitirlo. De estos, 168,5 millones están en América Latina y 59,4 millones de niños, entre ellos María y Juan José, cursan educación primaria en la región y no están yendo al colegio. El monitoreo de esta organización indica que en la región solo Nicaragua, Uruguay y algunas islas caribeñas mantienen centros educativos abiertos de forma total o parcial. Otros 27 países los han cerrado para evitar la propagación del virus, y han adoptado estrategias para contrarrestar la interrupción de clases presenciales, que a menudo son apenas una educación remota de emergencia, un simple parche para paliar la situación, porque carecen de las condiciones para considerarse educación virtual o incluso a distancia.
Este reportaje, realizado colectivamente por periodistas de distintas latitudes de América Latina, miembros de la Comunidad de Connectas, muestra que las medidas tomadas sin adaptación, a las carreras y poco planificadas, están significando un alto costo para los estudiantes. Una conclusión de esta segunda entrega del especial #HuellasDeLaPandemia es que los escolares podrían estar entre los grandes afectados por el crecimiento descontrolado del COVID-19.
Primero, por una cuestión técnica: en América Latina solo 39 por ciento de los hogares tiene acceso a internet, y sin internet no hay virtualidad. Algunos, incluso, ni siquiera tienen servicios públicos esenciales como la electricidad. El promedio oculta una realidad mucho más cruda: las comunidades que más carecen de conectividad son las más alejadas y empobrecidas, las que más necesitan la educación como motor de movilidad social y, al mismo tiempo, las que muestran mayor deserción y peores resultados de aprendizaje. En otras palabras, los más afectados por el coronavirus serán quienes han sido históricamente azotados por las desigualdades sistémicas de la región. Vea acá la nota.
Segundo, porque la virtualidad es mucho más que una cuestión de herramientas digitales. De hecho, “mal usada, la tecnología en educación puede ser contraproducente, porque promueve relaciones centradas en dispositivos, en vez de centradas en las personas”, señala Michael Toth, experto en uso de TIC en el aula, en la revista especializada Education Week.
Una buena educación virtual implica maestros preparados para modelos pedagógicos virtuales. Sin embargo, Elena García, investigadora del programa Virtual Educa, de la Organización de Estados Americanos, dice que pese a que existen políticas TIC en la región desde hace 20 años y hay profesores que han tomado hasta 10 cursos relacionados con esta temática, “en general se ha hecho mucho más énfasis en formación de servicio que en formación inicial”. Las desigualdades en el grado de madurez son evidentes. Vea acá la nota.
La unión de las carencias en infraestructura y en competencias pedagógicas, unida a la improvisación derivada del cierre intempestivo de las aulas, podría causar reveses académicos considerables, aunque su alcance solo podrá medirse con detalle cuando retorne la presencialidad. Los expertos advierten sobre la posible aparición de trastornos psicosociales y de salud mental, como problemas de conducta, incapacidad para concentrarse y trabajar en equipo o para sentir empatía, causados por la ausencia de orientación de un maestro y por la falta de interacción con otros niños y contextos. Vea acá la nota.
Esta coyuntura puede impulsar a los Estados a transformar el sistema educativo en un modelo más contemporáneo y flexible, mejor capacitado para adaptarse a situaciones de emergencia como la actual. El momento es clave para definir si la educación ayudará a revertir los efectos socioeconómicos negativos que ya está teniendo el coronavirus o quedará, a su vez, presa de la desigualdad del sistema, y acabará por profundizar la brecha aún más.
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