Mar de turquesas, aguas cristalinas, arena blanquísima, cielo despejado, sol incandescente, aves que vuelan en el horizonte, soledad. Las postales del Parque Nacional Archipiélago Los Roques suelen mostrar este paisaje paradisíaco que resulta irresistible para tantos turistas que se adentran a conocer el arrecife mejor conservado del Caribe Sur. Pero en los últimos años, hay planes que se encaminan a enturbiar esta imagen, porque lo primero que ven los visitantes que arriban en avión es una laguna marrón con mangles talados.
En El Gran Roque, la isla poblada del archipiélago, hoy se levanta con capital privado una serie de construcciones de concreto bajo el estupor y crítica de habitantes, ambientalistas y la comunidad científica vinculada desde hace décadas con esta área protegida. Esta, no solo rompe con la armonía del paisaje, sino que viola leyes ambientales y transgrede el Plan de Ordenamiento y Reglamento de Uso (Poru) del parque nacional, que estipula incluso cuál es el estilo y la altura que deben mantener todas las edificaciones. Como si esto no fuese suficiente, la administración de Nicolás Maduro promueve ruedas de negocios con planes para hacer campamentos de lujo en cayos pequeños y deshabitados que carecen de servicios básicos.
El primer parque nacional marino creado en Venezuela está en riesgo. Estudios académicos indicaron, desde 2004, que la capacidad de carga estaba al límite y por eso eso se emitió durante años un decreto que prohibía las construcciones. Los expertos coinciden en que modificar apenas una pequeña porción de territorio afectará el perfecto equilibrio que se ha mantenido durante siglos entre manglares, corales y praderas de Thalassia que, a su vez, son hábitat y fuente de alimentación de cientos de especies de peces, tortugas, crustáceos, moluscos, mamíferos y aves que hacen vida en el archipiélago.
Este daño de concreto es consecuencia de un conjunto de cambios por los que atraviesa el parque nacional desde varios años. Se persigue transformar la faz de esta área protegida y abrirle la puerta, por un lado, a un turismo masivo y, por otro, a la nueva élite económica y chavista que busca satisfacer sus exigencias de exclusividad, privacidad y lujo al precio que sea.
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