Río de Janeiro.- Brasil cierra este martes, 16 de febrero, un carnaval sui generis, sin desfiles de samba, ni multitudinarias comparsas por las calles, aunque con algunas fiestas clandestinas que amenazan con empeorar la pandemia del coronavirus.
Los disfraces, la purpurina y la estruendosa música de las comparsas han dado paso este año a un amplio operativo policial en las principales ciudades del país para evitar aglomeraciones de aquellos que se resisten a enterrar la fiesta más esperada del año.
Las autoridades municipales de Río, epicentro del carnaval brasileño, se vieron obligadas a cancelar todos los eventos, incluido los desfiles en el Sambódromo -hoy convertido en un centro de vacunación-, a fin de evitar la propagación del COVID-19, que vuelve a golpear con fuerza todo el país.
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Sin embargo, desde el pasado viernes, fecha en la que estaba programado el inicio del carnaval de 2021, se han registrado fiestas secretas, a la espalda de la ley, que reunieron a cientos de personas, muchas de ellas sin mascarilla, en la capital fluminense.
También hubo fiestas clandestinas en, por lo menos, los estados de Sao Paulo, Río Grande do Norte, Río Grande do Sul, Ceará, Paraná y Santa Catarina, donde se cerraron locales y se aplicaron multas.
Mientras, la pandemia continúa avanza inexorablemente, con una media diaria de casi 1.100 muertes asociadas al coronavirus, la cifra más alta desde julio del año pasado.
El carnaval sobrevive en los barrios
Algunas de las centenarias tradiciones carnavalescas no han podido evitar salir a la calle. En Marechal Hermes, un barrio de la zona norte de Río, un grupo de «bate-bolas», que en español significa «quienes golpean la bola», salieron con sus máscaras de demonio en medio de la soledad.
Vestidos con ropas coloridas y pomposas, bailaron en una plaza sin apenas música y saludaron a algunos niños antes de volver a casa sin pena ni gloria.
«La pandemia fue pésima. Pensamos que no iba a tener (paseo), tanto que preparamos nuestros disfraces, pero no nos los pusimos y nos vestimos con estos disfraces antiguos», afirmó Mario Miranda, de 54 años, mas conocido como ‘Marinho’.
Este masajista profesional se disfraza con máscaras de terror y golpea una pelota de goma contra el suelo prácticamente desde que tenía 5 años.
Nadie sabe con exactitud el origen de los llamados «bate-bolas», pero se cree que se remonta a los tiempos de la colonización portuguesa. Una tradición en la que se mezclaron también elementos de la tradición francesa y de la cultura popular de los suburbios de Río de Janeiro.
Pero la pandemia ha arrebatado a la familia de Marinho el momento más esperado del año, aunque ya están preparados para 2022.
«El bate-bola (del próximo año) ya está listo. Si lo permiten, podremos hacerlo. El tema será el bobo de la corte con el rey», asegura Marinho.
A varios kilómetros de allí, en la favela de Vidigal, una fiesta clandestina con centenares de personas transcurrió durante la pasada madrugada en un restaurante-discoteca de tres plantas, según imágenes de helicóptero divulgadas por medios locales.
La policía no desactivó la celebración porque, según dijo, esa zona está controlada por bandas de narcotraficantes y un operativo podría poner en riesgo la vida de los vecinos de la comunidad.
Río de Janeiro es la ciudad brasileña con más muertes por COVID-19, con 18.016 decesos, por delante de Sao Paulo (18.010), aunque esta primera con una población de unos 6,7 millones de habitantes, frente a los 12 de la capital paulista.
Además, el alcalde de Río, Eduardo Paes, anunció en la víspera la suspensión temporal de la campaña de vacunación a partir del miércoles, por falta de dosis.