Las familias de este sector, ubicado al suroeste de la ciudad, comparten callejones, escaleras y el espíritu de lucha, como le llaman. Además, una sola cancha reconstruida por la comunidad en la que se olvidan los problemas y lo único importante es que el equipo del barrio gane el partido. Para ellos eso representa mucho en medio de la crisis

En el barrio Unión de Artigas hay 2.280 familias que sobreviven a diario. Esto según el registro de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap), programa bandera de Nicolás Maduro del que depende la mayoría de las personas de esta zona del suroeste de la capital. Hay 2.280 familias que solo cuentan con una escuela primaria y una cancha que fue recuperada por la comunidad hace un poco más de un año. 

“Tú tienes que ver esto cuando hay partido: gente en las gradas, en los bordes, en las azoteas y pasillos de los edificios. En todas partes, es increíble”, dice Jorge Santiago, líder comunitario y activista social, mientras señala la Cancha Chato Candela, que está bordeada por los Bloques de Artigas. El lugar fue restaurado por personas del barrio, con la ayuda de la ONG Caracas Mi Convive y la Embajada de Alemania en Venezuela. 

Las gradas y sus techos, el piso, los tableros y los aros y la cerca que protege el lugar lucen coloridos y limpios. Sin necesidad de explicaciones, se puede deducir que todo es nuevo. Pero para Jorge es importante contar la historia, porque esa cancha representa el esfuerzo de una comunidad que insiste, desde hace 20 años, en el deporte como salvación. 


El deporte aleja a los jóvenes de las drogas. En parte, es responsabilidad de la comunidad salvar a los chamos, aunque no todos se puedan rescatar

José Ignacio Santiago, líder comunitario

Ahora que se flexibilizó más la cuarentena, luego de nueves meses, algunos equipos practican en las tardes. Jorge sigue contando con emoción que una vez hubo casi 3.000 personas durante un partido de básquet, mientras un grupo de niñas y adolescentes lanzan y patean balones y el entrenador indica qué posiciones deben ocupar. 

“Estas chamas no son del barrio Unión, pero llegamos a acuerdos para que varios equipos de Artigas pudiesen utilizar el espacio”. Jorge explica que restaurar la pista deportiva significaba la reocupación de un espacio abandonado que permitiría la recreación y formación de jóvenes. O más simple: alejar a los adolescentes de las drogas y la delincuencia. 

El deporte como vocación

En el año 2000, Jorge y sus hermanos José Ignacio y Diego fundaron la Asociación Deportiva Artigas (ADA), que lograron registrar en 2003. Entre 2006 y 2016, la iniciativa, que nació en un callejón del barrio, estuvo paralizada porque los enfrentamientos entre bandas delictivas impedían los encuentros deportivos y, en general, la vida social. Eso que en la Antigua Grecia llamaron el ágora. Una vez, cuentan entre los tres, en medio de un partido amistoso de baloncesto hubo una balacera y eso fue suficiente para que la comunidad abandonara los espacios públicos. 

“El deporte aleja a los jóvenes de las drogas. En parte, es responsabilidad de la comunidad salvar a los chamos, aunque no todos se puedan rescatar”, dice José Ignacio, quien admite lo difícil que es sacar adelante cualquier proyecto cuando no se cuenta con recursos económicos. 

Desde 2016 retomaron las actividades y han comprado los balones con su propio dinero. Ni la empresa privada ni los entes públicos ayudan a la asociación. Tampoco reciben un pago por lo que hacen, por el tiempo invertido o por el interés genuino en el bienestar de su gente. José Ignacio asegura: “La recompensa es la satisfacción de ver que los jóvenes avanzan y crecen personalmente. Ver que esos chamos reciben la orientación y que son constantes y perseverantes”. La idea es formar a la generación de relevo y no titubean: todo se puede lograr cuando la comunidad colabora.


Hace falta más trabajo. Los rojos rojitos deben abrir los ojos y no creer que tienen el poder, pero ni siquiera trabajan por la comunidad

Bertha Vásquez, habitante

¿El barrio (des)Unión?

Para anotar puntos, el basquetbolista debe avanzar mientras rebota el balón contra el suelo hasta llegar al aro para encestar; pero no puede lograrlo si su equipo no lo respalda. Como en los deportes, la jugada en el barrio se gana cuando todos los integrantes están comprometidos, cuando dan todo por el todo.  

Berta Vásquez tiene 28 años viviendo en el sector. Con su pelo blanco, que resalta con la piel morena, afirma que el barrio debería llamarse Desunión y no Unión, porque, según sus estimaciones, ni siquiera 80% de sus habitantes colabora en la organización de las actividades sociales que Jorge y su equipo procuran: comedores comunitarios, fiestas para niños y niñas, jornadas médicas.

“Hace falta más trabajo. Los rojos rojitos deben abrir los ojos y no creer que tienen el poder, pero ni siquiera trabajan por la comunidad”, dice refiriéndose a las personas que forman parte de las comunas y de los Clap. Aunque sí admite que ya la mayoría de la población desestima a líderes políticos, tanto del oficialismo como de la oposición. “Ahora utilizamos la política para echar broma entre nosotros, pero ya ni discutimos ni nos damos mala vida por eso”, coincide Jorge.

Aunque las ganas de trabajar no faltan. Dayana Portillo tiene 37 años y asegura que nació en el barrio. Siempre está pensando en cómo recuperar y ocupar espacios que puedan ser de beneficio para la niñez y la juventud de su zona. Si pudiera pedir un deseo, pediría tener el dinero suficiente para construir más canchas y crear un comedor en el que se atienda a todas las familias, sobre todo, a las que están en mayor situación de vulnerabilidad. No se rinde y, como Berta, resalta el espíritu de lucha de su gente.

La comunidad del Barrio Unión de Artigas se refugia en el deporte, lo ve como una forma de salvarse de las dificultades de la vida en Venezuela, pero no puede ignorar la realidad: en Venezuela, el salario mínimo equivale a 1,4 dólares frente a una canasta básica calculada en 219 dólares en septiembre, según el Centro de Documentación y Análisis Social (Cendas). Además, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) estima que 70% de la fuerza laboral forma parte de la economía informal. 

–¿Cómo sobrevive la gente del barrio, señora Berta?

–Esa es una pregunta bien difícil. Porque si a mí me manda mi hija que está afuera y aquí colaboramos entre mi hija y yo, con mis dos pensiones, y a veces tú abres esa nevera y lo que hay son dos papas, una zanahoria y una cebolla, imagínate: ¿cómo estarán los demás? ¿cómo sobrevivirán?