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jueves, 18 abril, 2024
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LA GENERACIÓN DEL HAMBRE | Miranda: el silencio del hambre golpea a los pobres

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| Foto: Hirsaid Gómez

La historia de Patricia es tan triste como su mirada. Sus pupilas negras están apagadas. Robarle una sonrisa no es fácil, pero cuando se alegra, su inocencia y candidez quedan a flor de piel.

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Patricia tiene cinco años, pero, a diferencia de otros niños, no juega. Cuando está en grupo se aísla y marca distancia. Un conejito de peluche color rosado es su fiel compañero. De vez en cuando, lo abraza como si necesitara ese cobijo, que da calor y seguridad a tan corta edad.

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Aunque parece estar en otro mundo, entiende cuando alguien le habla. En sus 10 kilos y 93 centímetros de estatura no hay fuerza para conversar. Patricia no es muda, pero no habla. No quiere. Quizás porque cuando se tiene hambre, es mejor callar.

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Su madre la abandonó a comienzos del año 2017 y la dejó bajo la responsabilidad de su padre. Seis meses más tarde el hombre se la entregó a una mujer que fue su pareja una década atrás. La excusa fue la necesidad de trabajar porque no tenía dinero para comprar ni un bocado. Prometió regresar pronto a buscar a Patricia, pero no volvió.
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Desde ese entonces, Deyanira, de 36 años, cría a la pequeña. Ambas viven solas en el sector Virgen de Betania, en Salamanca, una comunidad perteneciente a la parroquia Cúa del municipio Urdaneta, en los Valles del Tuy, estado Miranda. La pobreza y el hambre cohabitan con ellas en un rancho que mide apenas 9 metros de ancho por 8 metros de largo,  y que carece de los servicios básicos.
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| Foto: Hirsaid Gómez

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Para llegar a la improvisada vivienda hay que caminar 200 metros de carretera de tierra. No hay acceso para vehículos y el silencio que caracteriza el lugar solo es perturbado por el paso del tren, a propósito de su cercanía con la estación Ezequiel Zamora del sistema ferroviario Caracas-Valles del Tuy.

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Patricia es tan silente como la comunidad donde vive. Solo pronuncia cinco palabras. Una de ellas es mamá. A su madre la vio un par de veces, luego de que la dejara con su padre. Por casualidad, coincidieron en el terminal de pasajeros de Cúa y, en ambas ocasiones, la niña la reconoció, al igual que a sus dos hermanitos. Pero el acercamiento de la mujer hacia la niña fue menguando.
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.La cara de Patricia grita tristeza y abandono. Deyanira intenta cerrar ese agujero de dolor, y entre ambas se consolida una relación íntima y cálida.
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| Foto: Hirsaid Gómez

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Una miseria latente

La subregión de los Valles del  Tuy está conformada por seis municipios, donde, en años anteriores, se cosechaban hortalizas y frutas. Las tierras que antes eran fértiles hoy están áridas y abandonadas. La producción agrícola descendió para agudizar la crisis alimentaria, que en 2017 reflejaba una desnutrición infantil de 15,3 %, según la organización Cáritas Venezuela.

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Una muestra de esta realidad son los niños que deambulan a diario por las calles en busca de alimento en la basura, o que tocan de puerta en puerta para que alguien les regale un pedazo de pan porque tienen hambre.

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El equipo que conforma la sede parroquial Nuestra Señora del Rosario, de Cáritas Venezuela, registra que la cifra de niños anémicos aumentó desde abril de 2018 hasta septiembre.
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| Foto: Hirsaid Gómez

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Patricia es una de esas niñas golpeadas por la miseria y el hambre. En septiembre de 2018 fue reingresada por tercera vez en un año al “Proyecto Samán”, un programa de alimentación liderado por Cáritas Venezuela. Sus continuas bajas de peso obligaron su reincorporación. Las alarmas de la desnutrición se activaron.
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La última vez que la retiraron del plan fue a principios de agosto, pero en ocho semanas adelgazó de nuevo. No solo estaba flaca, sino que un virus había atacado su sistema inmunológico para dejar al descubierto que no lleva una vida saludable.
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“Cuando examinamos a Patricia por primera vez, pesaba un poco menos de nueve kilos. Estaba muy delgada y flácida. Presentaba un cuadro de desnutrición moderado que mejoró al recibir asistencia alimentaria”, señala Emilia Llanos, miembro de la sede parroquial de esta organización en Cúa. Llanos afirma que el caso de Patricia es uno de los tantos de esta subregión de Venezuela. “Hay familias enteras que pasan un día completo sin comer y otras que se alimentan de los desperdicios”.
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Foto: Hirsaid Gómez
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Un llanto que retumba

Cuando Patricia llegó a los brazos de Deyanira, su color de piel no se distinguía. El sucio y las llagas que cubrían su cuerpo ocultaban su tez. Se le veía frágil. Su cabello negro brillaba, pero no porque estaba bien cuidado, sino porque las liendres habían encontrado un lugar donde cobijarse.
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Ese día la pequeña tenía fiebre y gripe, síntomas que presenta con recurrencia. Como aquella vez Deyanira no tenía dinero para comprar medicinas, le dió a la niña remedios caseros.

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Deyanira también se esfuerza por cubrir las necesidades básicas de Patricia, pero sus condiciones de vida la hacen naufragar. En el rancho no hay televisor, tampoco cocina. La nevera solo sirve para ocupar un espacio. Cuando tienen algo para comer, Deyanira cocina en la casa de su mamá, ubicada a unos 10 metros de la suya.
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Las paredes de la improvisada vivienda de Deyanira son láminas de zinc y bolsas de plástico, al igual que el techo. También hay pedazos de cartón.
El piso de la casa es de concreto, pero las profundas grietas obstaculizan el paso. El caluroso cuarto donde duerme Patricia es la única división del lugar. Allí hay una cama matrimonial y la ropa que Deyanira compró hace por lo menos tres años, cuando la crisis económica le permitía, aunque fuera un respiro.
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| Foto: Hirsaid Gómez

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La comida también es escasa. Los productos de las cajas del Clap (Comités Locales de Abastecimiento y Producción): caraotas, arroz, lenteja y pasta, son sus principales nutrientes. Los adquiere con el dinero que recibe por ayudar a sus dos hijas a vender frutas y hortalizas en el mercado de Cúa.
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Esos alimentos le alcanzan a Deyanira por dos semanas, pero cuando la entrega se retrasa, el fantasma del hambre aparece de nuevo para golpear a Patricia. Los otros días los cubre con lo que le queda de los bonos que recibe del Gobierno nacional, a través del Carnet de la Patria, una tarjeta emitida por el Estado, con un código QR, indispensable para ser beneficiario de sus misiones sociales; defensores de Derechos Humanos la han calificado como un mecanismo de control social.
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| Foto: Hirsaid Gómez

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Lo que no hay

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Desde que Patricia está bajo la tutela de Deyanira no ha comido carne o pollo, y solo una vez probó una sopa de huesos rojos. La pobreza no les permite comprar proteínas, y tampoco comer tres veces al día.

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Deyanira asegura que su prioridad es que Patricia coma, pero la crisis la abofetea. La niña es un retrato silente de esta realidad. Sus recurrentes bajas de peso lo ratifican.

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Además de esas pérdidas de peso, Patricia tiene otra dificultad que enfrentar: su identificación. No tiene partida de nacimiento y eso limita su inscripción en la escuela. En los registros de Cáritas Venezuela se indica que nació el 12 de junio de 2013, el año en que Nicolás Maduro asumió la presidencia y perpetuó las medidas económicas de Hugo Chávez, agravando la crisis alimentaria.
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| Foto: Hirsaid Gómez

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Deyanira quiere adoptar a Patricia; le aturde la idea de que sea llevada a un hogar de cuidado. Considera que con ella está mejor atendida. Preocupada por esa atención, denunció al papá de la niña ante el Consejo de Protección.
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Luego de esa acusación, el padre de Patricia apareció con cuatro kilos de harina de maíz, medio kilo de azúcar, un kilo de arroz y otro de lentejas. Ese día, Patricia sonrió. Corrió hacia sus brazos como si hubiese guardado fuerzas para ese reencuentro. Pero la alegría fue corta, porque su padre regresó a Colombia.
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En la mente de Deyanira retumba el llanto de Patricia cuando vio que su padre se alejaba por segunda vez. No hicieron falta las palabras para entender su dolor. Sus lágrimas cubrieron aquel rostro que ya no tenía hollín, pero que se apagó de nuevo.
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| Foto: Hirsaid Gómez

.Venezuela miente

De acuerdo con las estadísticas que maneja Cáritas Venezuela, las cifras de desnutrición en el municipio Urdaneta de los Valles del Tuy están en ascenso y, desde abril de 2018, las estadísticas se dispararon.
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“Examinamos un promedio de 35 niños mensuales. Anteriormente, entre cinco y seis niños pesaban y medían por debajo de los indicadores establecidos, pero ahora ubicamos hasta 16 niños con bajos valores nutricionales”, refirió Zonia Machado, coordinadora de Cáritas Venezuela, en la sede parroquial Nuestra Señora del Rosario de Cúa.
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Patricia es un ejemplo de esta realidad. Esta situación afecta su desarrollo cognitivo y conductual, a juzgar por sus condiciones físicas y mentales, su capacidad para relacionarse y su proceso de aprendizaje. Estos daños, a la edad de Patricia, son irreversibles.
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LEA EL ESPECIAL COMPLETO

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En cumplimiento con la legislación venezolana, fueron cambiados todos los nombres de los niños y familiares contenidos en el material periodístico publicado en El Pitazo, con el objetivo de proteger su integridad

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